miércoles, 3 de enero de 2018

Hotel Florida.



Primero de enero de 2018.
Estoy en la barra del Hotel Florida, en Llívia (Cerdanya).
Son exactamente las 12 h.
Estamos ya en el mediodía y en el Hotel no hay nadie. Una camarera más pendiente de acabar con la recogida de la fiesta del día anterior, y yo, que no lo celebré más que con una ligera cena a las 20 h. con el propio personal del Hotel, antes de que a las 21 h. llegasen los primeros clientes del “reveillón”.

Imaginé que los clientes del Hotel estarían durmiendo la resaca de la noche anterior en sus habitaciones del Hotel o en sus casas, normalmente segundas residencias de barceloneses de las zonas altas de la capital.
La camarera que me atendió sirviéndome un copa de cerveza me comenta que le duele la cabeza, a pesar de que ella no consume alcohol.
La creo porque la conozco, y la observo despistada y desinteresadamente cuando se dirige a esconderse en la cocina.

Tras unos segundos entra un hombre en el Hotel y se dirige hacia la recepción, donde no hay nadie para atenderle.
No pasa ni siquiera un minuto cuando abandona la Recepción y se dirige hacia la barra donde yo bebo cerveza. Me da los buenos días, me extiende una libreta por estrenar de papel blanco sin pautar, hace el gesto de que la acepte y me indica que le haga una reserva de habitación.
Le señalo que no soy empleado del Hotel y que lo que pide lo harán en Recepción en cuanto aparezca la recepcionista.
Me dice, extremadamente amable, que no, que desea que de la reserva tome nota yo, que a ese efecto me ha entregado la libreta, ya que tiene un poco de prisa y además la reserva no es para fechas inmediatas.
No sé qué es lo que me atrae del personaje en cuestión, pero decido tomar nota de su pedido.
Bien –digo- ¿me indicará, por favor, su nombre y apellidos?
Me responde que eso ahora no es importante, que por el momento le llame simplemente Señor.
Le hago notar que por lo poco que sé de reservas en el Hotel Florida es imprescindible un nombre completo para efectuar una reserva, aunque no intento ser muy convincente porque en mis frecuentes visitas al Hotel he oído infinidad de ocasiones que al finalizar una reserva la recepcionista demanda la Tarjeta de Crédito del cliente para poder confirmar la reserva. Por tanto, ya averiguaré sus datos personales cuando le pida su tarjeta.
Pues bien, sigamos, aunque me cuesta un poco entender sus respuestas –digo sin ningún acento exigente, sino por decir algo para poder proseguir- ¿me puede indicar qué noches desea hospedarse en el Hotel?
Y con rapidez responde que las noches del 1 al 5 de enero del año 2020.

Me azoro un poco, pero mantengo la calma y le recuerdo que hoy mismo iniciamos el año 2018, por lo que me parece innecesario realizar una reserva con tanta anticipación. Para mostrarle mi determinación cierro la libreta y hago el gesto de devolvérsela mientras dejo mi estilográfica sobre la barra, junto a la cerveza.
Niega de forma ostensible con su cabeza, y me pide, de nuevo con una amabilidad sincera, que por favor coja nota de su reserva y que, además la anote con mi estilográfica, porque adora a la gente que escribe con pluma. Le hago saber que mi pluma es de la marca PILOT, y es desechable, es decir que cuando se agota la tinta se tira a la basura y se utiliza una nueva pluma. Parece que eso le agrada todavía más, porque está a punto de aplaudir.

Repito en voz alta las fechas indicadas, 1 al 5 de enero de 2020, y antes de que formule una serie de preguntas imprescindibles para cumplir con mi cometido accidental, me suelta que desea la habitación número 14, que aunque es doble él la utilizará de forma individual.
Inmediatamente pregunto si conoce las habitaciones y me dice que sí, que ha investigado el Hotel y lo conoce perfectamente, pero que aún así desea conocer mi opinión sobre las mismas. Pienso en responder que qué importa mi criterio si ya ha decidido realizar la reserva, pero con igual delicadeza que la suya le digo que es un Hotel sencillo, de tres estrellas, pero con unas habitaciones cómodas pulcras y unos baños modernos y confortables. Me aplaude sonoramente, y yo pienso que tal vez esos aplausos llamen la atención de la camarera escondida en la cocina y me saque del apuro en el que yo solo me he metido. Pero no funciona. La camarera no aparece ni da señales de vida.
Apunto ya sin más dilación en el cuaderno, pagina 1 después de la página de cortesía, el nombre “Señor”, “Habitación 14”, y las fechas indicadas.

Es entonces cuando me interrumpe con un ligero toque en mi antebrazo, el que sujeta la libreta, no el que escribe, para explicarme que desea durante su estancia paz, mucha tranquilidad, lentitud en su entorno y armonía máxima, y que está convencido de que el Hotel Florida es el ideal para sus planes para los primeros días del año 2020.
Y para demostrarme lo que me dice inicia un lento caminar por el pasillo habitado entre la barra del Hotel y los sofás y mesas para tomar un refrigerio, té o el aperitivo, moviendo sus extremidades con extrema lentitud, como si estirase sus miembros después de un largo descanso, para seguidamente estirase en el suelo de parquet flotante del Hotel como imitando a los nadadores de braza o a los sapos que se bañan con toda su lentitud en su charca habitual.
Yo estoy más pendiente de que no se me escape la risa, pero él la adivina y me dice tranquilamente que lo entiende, y que no sufra porque no es peligroso ni nada parecido.
Se me ocurre comentarle que en las fechas que me ha indicado para su reserva suele haber mucho ajetreo en el Hotel, incluso muchos niños pequeños, por las fiestas de Navidad y de Reyes, pero Señor me dice que ya lo sabe, pero que también tiene la seguridad de que yo sabré solucionarlo porque para eso me ha investigado, y también al personal del Hotel.
Me mira casi con cariño y me dice, “Paco, usted y yo también sabemos que la paz y la tranquilidad no está en el exterior de cada uno de nosotros, sino en nuestro interior”.

Me coge tan desprevenido, y cada vez más aturdido, que sólo se me ocurre comentarle que el Hotel dispone de piscina y sauna privada, pequeñas pero encantadoras, y claro, obtengo por respuesta que lo sabe, que me ha dicho en diversas ocasiones que ha investigado el Hotel y todo lo que concierne al mismo.

Parece que llegamos al final de nuestra charla, o de nuestra reserva, ya no sé cómo decirlo, porque ya no sé bien si soy cliente o recepcionista del Hotel Florida, y le pregunto si deseará instalarse en régimen de pensión completa o media pensión o sólo desayuno, y me responde que eso ahora tampoco es importante, porque su objetivo en 2020 es alimentar su espíritu y no su cuerpo. Y que de la cocina no es necesario que le explique nada, porque evidentemente ya lo ha investigado.

Noto un cierto nerviosismo en mi ánimo, porque está a punto de llegar el momento decisivo. Deberé, en breve, pedirle el número de la su tarjeta de crédito.
Y la camarera sigue sin aparecer.
Hasta pienso en lanzar un grito del tipo “Deyanira, sal un momento, por favor, piden por ti”, pero no sé por qué no lo hago.
Así que me lanzo. Le pido si me puede dejar ver su tarjeta de crédito para tomar nota de la misma, y con absoluta tranquilidad dice que eso no es ahora importante porque faltan veinticuatro meses para que él se instale en el Hotel durante cuatro noches, y que para eso ya habrá ocasiones más que suficientes para que tome nota de su tarjeta, y de su nombre y apellido, y profesión y todo lo que desee.
Le respondo que sin ese trámite es imposible realizar la reserva, y me dice que ya lo sabe, y que por eso me ha escogido a mí y no a otro empleado del Hotel para tomar nota de sus intenciones en 2020.
Dice que sabe que yo le arreglaré y solventaré un problema menor como el que ahora se plantea.

Algo intranquilo ya, le respondo que no sé si será posible, porque los jefes del establecimiento son otros y no yo, y que además no tengo nada claro por qué estoy aceptando el encargo que me ha planteado.
Señor responde que no tiene ninguna duda de que sabré realizar su encargo con absoluta diligencia, que él lo sabe y así lo siente, y que no acostumbra a equivocarse en las deducciones de sus pesquisas, y que para finalizar me ruega encarecidamente que guarde su libreta y que nadie nunca anote nada más de lo anotado en ella por mí, porque cuando regrese el 1 de enero de 2020 exigirá su devolución y en la condiciones pactadas.

En ese preciso instante entra en el Hotel Florida Sonia, la recepcionista oficial, a la que le reclamo atención para explicarle la situación en la que me he encontrado.
Interrumpe mi llamada Señor para decirme que no dispone de tiempo suficiente como para escuchar todo lo que le explicaré a la recepcionista, así que se marcha de forma inmediata y yo ya me encargaré de satisfacer todas sus demandas y exigencias.
Y se va tranquila y pausadamente, mientras Sonia me mira con una expresión que dice algo así como a ver que lío me ha montado Paco en algo menos de media hora que me he ausentado del Hotel.

Después de mis largas explicaciones a Sonia, que se impacienta notablemente porque cada dos por tres me dice “va, Paco, que tengo trabajo, acaba” coincidimos en que aquel tipo o bien está loco o sufre de algún tipo de demencia o enfermedad psíquica, aunque yo pienso que no, que su actuación obedece a algo que por el momento se me escapa.

En ese mismo instante observo a través de los cristales de la puerta de entrada al Hotel Florida que Señor se gira sobre sus talones casi marcialmente y regresa sobre sus pasos al Hotel, abre la puerta y con una mirada franca dirigida a Sonia y a mí mismo nos dice: “No les he oído, pero sé que opinan que estoy loco. Y no es verdad, estoy completamente cuerdo. Llamaré unos sesenta días antes de la fecha de mi reserva y confirmaré todos los datos, entre ellos los no facilitados hoy, porque eso, hoy, no era importante”.

Sonia y yo nos miramos algo confusos y atribulados .
Mientras le extendía a la recepcionista la libreta de Señor, pensé en anotar en la agenda de mi móvil la reserva que había cogido, pero lo desestimé porque en ese mismo momento supe que aquel tipo extraño cumpliría con su compromiso conmigo y con el Hotel Florida.

Sonia ya estaba con sus tareas, ajena a mis atribulaciones y pensamientos, y yo decidí acabar con mi caña de cerveza, con toda seguridad tibia y sin gas, y pedir otra para degustarla con una satisfacción extraña y desconocida hasta ese momento.

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