lunes, 27 de noviembre de 2017

El silencio de los carroñeros.

 
Siempre actúan en silencio.
Primero observan desde las cloacas, y después se lanzan sobre su presa con sus colmillos sedientos de sangre, y como dicen los letrados, con nocturnidad y alevosía.
Son rancios, casposos, despiden y se rodean de olores de podredumbre, cuando hablan ríen como las hienas y cuando orinan lo hacen sobre el adversario.

Son algunos, demasiados, de los últimos Ministros de este país.
Rozan el analfabetismo y carecen de cualquier atisbo de sensibilidad.
Les reconforta la consciencia de saber que la cultura y el arte se resienten y sufren y tal vez desaparezcan del panorama vital de los seres humanos a causa de muerte por desesperación y agotamiento.

Uno de los últimos carroñeros atendía al nombre de José Ignacio Wert, Ministro de Educación del Gobierno de M punto Rajoy hasta que su segunda lo devoró, lo matrimonió y se lo llevó a la vida placentera de París, donde descansa de su sin razón, de sus fechorías patrias y de su ignominia.

Y hoy sabemos que su labor de zapador carroñero de la educación y de la cultura la prosigue más sanguinariamente que nunca su compinche Cristóbal Montoro, Ministro de Hacienda de novecientos imputados y del primer Presidente de la historia de este desgraciado país que ha tenido que comparecer ante la Justicia (mejor decir justicia) por causas de corrupción, que pretende aplicar el IVA a las subvenciones que reciben  las Instituciones Culturales y, además, con efecto retroactivo desde 2013, lo cual caso de darse acabará con la viabilidad de Instituciones fundamentales del ámbito cultural y de las artes.

Sólo se me ocurre pensar, para suavizar mi opinión sobre estos Ministros, que tal vez su especie no sea la humana, sino la de los carroñeros con los que he titulado este pequeño ejercicio de opinión, especie que como es sabido por todos se alimenta de la mierda y la descomposición de los cadáveres que dejan a su paso.

Desafortunadamente, los carroñeros viven en el silencio que sólo rompen cuando despliegan sus alas gigantescas y se oye el batir de las mismas en el aire que sesgan para regresar de inmediato al silencio y la oscuridad.

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