jueves, 30 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXXIX).

 
Que el pingüino es una de los animales mas optimistas y alegres de la tierra está fuera de toda duda.

Podría estar tremendamente deprimido, porque la naturaleza le regaló unas alas que no le sirven para volar, pero su natural entusiasmo le llevó a inventarse el snowboard mucho antes que los humanos, y así se desliza sobre el hielo y la nieve utilizando su panza, y transmite tanta felicidad que cuando los vemos nos produce risa y nos despierta un enorme cariño hasta por su patoso caminar.

Pero todo en la vida tiene un pero, pero que también existe en la vida de los pingüinos, porque a veces piensan que para ser del todo felices necesitarían de una cierta soledad, y ellos no la consiguen jamás porque siempre viven en familia y cada familia convive con otras familias y todos de forma muy abigarrada, y eso les produce agobio y eso impide que sean sólo felices y nada más que felices.

lunes, 27 de noviembre de 2017

El silencio de los carroñeros.

 
Siempre actúan en silencio.
Primero observan desde las cloacas, y después se lanzan sobre su presa con sus colmillos sedientos de sangre, y como dicen los letrados, con nocturnidad y alevosía.
Son rancios, casposos, despiden y se rodean de olores de podredumbre, cuando hablan ríen como las hienas y cuando orinan lo hacen sobre el adversario.

Son algunos, demasiados, de los últimos Ministros de este país.
Rozan el analfabetismo y carecen de cualquier atisbo de sensibilidad.
Les reconforta la consciencia de saber que la cultura y el arte se resienten y sufren y tal vez desaparezcan del panorama vital de los seres humanos a causa de muerte por desesperación y agotamiento.

Uno de los últimos carroñeros atendía al nombre de José Ignacio Wert, Ministro de Educación del Gobierno de M punto Rajoy hasta que su segunda lo devoró, lo matrimonió y se lo llevó a la vida placentera de París, donde descansa de su sin razón, de sus fechorías patrias y de su ignominia.

Y hoy sabemos que su labor de zapador carroñero de la educación y de la cultura la prosigue más sanguinariamente que nunca su compinche Cristóbal Montoro, Ministro de Hacienda de novecientos imputados y del primer Presidente de la historia de este desgraciado país que ha tenido que comparecer ante la Justicia (mejor decir justicia) por causas de corrupción, que pretende aplicar el IVA a las subvenciones que reciben  las Instituciones Culturales y, además, con efecto retroactivo desde 2013, lo cual caso de darse acabará con la viabilidad de Instituciones fundamentales del ámbito cultural y de las artes.

Sólo se me ocurre pensar, para suavizar mi opinión sobre estos Ministros, que tal vez su especie no sea la humana, sino la de los carroñeros con los que he titulado este pequeño ejercicio de opinión, especie que como es sabido por todos se alimenta de la mierda y la descomposición de los cadáveres que dejan a su paso.

Desafortunadamente, los carroñeros viven en el silencio que sólo rompen cuando despliegan sus alas gigantescas y se oye el batir de las mismas en el aire que sesgan para regresar de inmediato al silencio y la oscuridad.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXXVIII).

 
Descansaba en una de mis terrazas con una copa de cerveza y sin hacer absolutamente nada –ni siquiera me acompañaba un libro- más que respirar, porque hasta observar me costaba esfuerzo y me daba pereza.
Estaba a gusto, en ese estado que dicen se parece al nirvana, relajado, calentito al sol, algo somnoliento.
De vez en cuando llegaban hasta mí algunas voces procedentes del televisor del interior del local, porque la terraza no emitía sonido alguno ya que la habitaba yo solo bajo el férreo control de una camarera que cruzaba sus brazos en sus espaldas a la espera de que aumentase su clientela.
De repente capté un mensaje que procedía de la televisión.  Era una voz infantil, como de niño de ocho o nueve años. Lo que acababa de decir me impactó con tanta brutalidad que me levanté de un salto, asustando a la camarera que dormitaba despierta mientras seguía apostada militarmente apoyada junto a la puerta de acceso al local, para buscar el televisor. Lo hallé nada más entrar en el local, colgado del techo e inclinado hacia las mesas del comedor, pero en la pantalla no había ningún niño sino una bella mujer sentada sobre el capó de un coche. Emitían spots.

Regresé a mi silla y a mi mesa y a mi cerveza, mientras la frase del chaval rebotaba en mi cerebro y la camarera me observaba con cierta animadversión desde la misma posición en la que la dejé tras mi estampida hacia el interior del establecimiento. La terraza seguía vacía, en exclusiva para mí.
El mensaje que había oído puede que formarse parte también de un spot, incluso que fuese su slogan, pero eso no evitaba que la frase y el mensaje en sí mismo fuese de una claridad meridiana, de la contundencia de un puñetazo en el mentón, de la nitidez del agua de la alta montaña.
Era el mensaje que dirigía un niño erigido en representante de todos los niños del mundo entero a la totalidad de la humanidad, a todo el mundo de la Educación, desde el Ministro del ramo hasta al último profesor de primer curso de primaria del más pequeño pueblo del mundo.
Es el mensaje universal que estoy convencido que anida en el cerebro de todos los niños, los jóvenes, los adolescentes y los estudiantes.
Es el mensaje de lo que quieren y de la evidencia de que no se lo estamos ofreciendo.
Es el mensaje de su predisposición para recibir.
Es el mensaje de nuestra incapacidad, la de los adultos, para atender sus demandas.

La frase del niño de la televisión que yo oí desde mi terraza y desde mi silla y desde mi mesa y desde mi cerveza (frase que busco en cada televisor con el que me encuentro) donde además de respirar no hacía nada porque hasta observar me causaba esfuerzo y me daba pereza mientras la camarera dormitaba con los ojos abiertos en posición casi militar, decía simplemente:

“A mí estudiar no me gusta, pero aprender me encanta”.

Tal vez si atendemos y comprendemos correctamente la aseveración del niño seamos capaces de crear un mundo mejor en un futuro no excesivamente lejano.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXXVII).


Carretera recta de asfalto gris en el camino de Ur a Llívia.
A mi izquierda un prado cercado con hilo electrificado de un verde parduzco moribundo porque hace más de un par de semanas que no llueve ni nieva.
Vacas.
Negras, marrones, pardas, rubias, blancas mugre.
Todas pastando. Lentamente. Rumiantes de la lentitud.
Solitarias.
Equidistantes. Casi en geometría perfecta. Distan la una de la otra como los cuadros de un tablero de ajedrez.
Parece un campo de refugiados desconocidos de la Europa del este.
Lóbrego. Oscuro. Negro. Solemne.
Algún mirlo negro sobrevuela la zona como carroñero al acecho.

Una sábana de tristeza me cubre antes de parar mi automóvil para observarlas más detenidamente. Me bajo de mi viejo cuatro por cuatro para acercarme a ellas.
La luz del atardecer acentúa la tristeza bajo un cielo encapotado de nubes agoreras.
El frío que anuncian en las televisiones que está al caer empieza a sentirse en el ambiente.
En mis manos brota el relente.

Nos miramos. Bovinamente. Estúpidamente.
Ellas no hacen nada, sólo respiran.
Yo me estremezco fríamente.
Pienso en su mirada. No es estúpida, me parece suplicante de no sé qué.
Tal vez de libertad, tal vez de muerte.

Oigo a lo lejos el ruido del tráfico de una carretera muy distante, a pesar de que el asfalto está muy cerca.
Sonido lejano y discontinuo.
Todo está ausente del drama del bovino, y mis pensamientos también se ausentan ante el vuelo de un mochuelo negro como la caída de la noche.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXXVI).

 
De tanto ahorrar en educación y cultura nos hemos hecho millonarios en ignorancia.

Pero más importante que esta sentencia es la pregunta que esta evidencia plantea:
¿Será un objetivo estratégico del Partido político de la derecha que gobierna el país que la futura sociedad española sea lo mas ignorante posible?

Creo que la respuesta, desgraciadamente, es, porque la falta de cultura y conocimientos (sobre todo humanísticos) siempre favorece los intereses de los que sólo gobiernan y viven para su propio beneficio.

martes, 21 de noviembre de 2017

Sueños celosos de un publicitario atormentado por la nostalgia del amor.


Hoy ya no me dedico a ello, pero durante muchos años la creatividad y la gestión publicitaria fueron mi ocupación profesional y mi sustento y el de mi compañera y mis hijos. Imagino que es por esa presión a la que te somete la publicidad que todavía a veces sueño con el ejercicio de la actividad y recupero los momentos de angustia y tensión que en sí misma comporta.
Eso es lo que me sucedió esta pasada noche, y sobre todo en el tercer sueño (los dos primeros son los que son interrumpidos por la necesidad de miccionar que tenemos los que ya sobrepasamos una cierta edad), ese que transcurre entre las cinco y las siete horas del nuevo día.

Soñaba que estaba en la Agencia y tenía sobre la mesa un briefing que indicaba que nuestro Cliente, un fabricante de aperitivos diversos, tenía serios problemas con sus bolsas de patatas fritas dada la fuerte competencia existente en su sector, sector donde se hace difícil valorar la calidad o las diferencias entre los productos dado que todos son lo que denominamos un “me too” (es decir, más de lo mismo, para entendernos fácilmente).

Me parecía evidente que la solución debería pasar o bien por potenciar la imagen de la marca utilizando los mass-media -y posiblemente en la creación de un “story-telling” que permitiese continuidad en el desarrollo de la historia-, o bien en alguna técnica promocional  (vales descuento, regalos directos, concursos, sorteos diversos,…) que destacase el producto sin entrar en excesivos detalles sobre la propia patata chip y sus valores intrínsecos o añadidos. O puede que la combinación de las dos estrategias: potenciar la imagen y promocionar el producto.

El briefing contemplaba el presupuesto destinado a la campaña o a las acciones que pudiesen desarrollarse en el ámbito nacional, y por supuesto, se especificaba que el presupuesto era muy reducido. Decía también que habían escogido nuestra Agencia, desestimando en esa ocasión a la que normalmente les prestaba sus servicios y cubría sus necesidades, dado que les constaba que nos avalaba nuestra alta creatividad y nuestra inmejorable originalidad en los mensajes que trasmitíamos al consumidor.
Y yo era el encargado o responsable de dar con esa varita mágica que incrementase la venta de sus patatas y recuperasen la cuota de mercado que estaban en peligro de perder, sino estaba ya perdida.

En mi sueño pasaban las horas rápidamente, porque me había sentado frente al briefing a eso de las 10 h. de la mañana y ya me llamaban para el almuerzo otros compañeros, y después de comprobar la hora en mi reloj resultó que eran ya las 14 h.
Y fue entonces cuando  mi vista se fijó en el papel sobre el que reposaba el portaminas con el que suelo trabajar y comprobé, aunque ya lo sabía, que el papel estaba en blanco, inmaculado, sin una sola mancha ni nada que se le pareciese.
El DIN A-4 permanecía virgen e impoluto. O no había pensado nada, o lo que había pensado era nada, es decir, carecía de valor alguno desde la óptica publicitaria.

En el restaurante empecé a fijarme en los expositores  de este tipo de productos que suelen ubicarse en la barra del bar, junto a la caja registradora, hasta que una creativa con la que suelo trabajar en muchas ocasiones se fijó en mí y me llamó la atención diciéndome que ya estaba en pleno proceso de desarrollo de mi estado obsesivo como suele ser mí costumbre cuando inicio un nuevo trabajo.
Asentí ligeramente con un breve movimiento de mi cabeza, y dejé de mirar la barra, y al poco tiempo cometí el error de comentar en voz alta que el bistec me sabía a patatas fritas de bolsa y que lo dejaba porque estaba asqueroso, con lo que me convertí en el hazme reír de la mesa porque todos cayeron en la cuenta de que mi obsesión había alcanzado ya cuotas cercanas a la neurosis, y todo ello en una sola mañana de curro (o de no curro, porque no había hecho nada, aunque eso me lo guardé y no lo comenté).
Antes de acabar el almuerzo me despedí de mis compañeros con la estúpida excusa de que había aparecido en mi cabeza una idea que podía ser interesante y que debía escribirla con urgencia para no olvidarla y poder, posteriormente, analizarla en detalle. Y por eso regresaba ya mismo a la Agencia.
Era mentira: no tenía ninguna idea, no tenía nada en la cabeza, sólo una obsesión que ya me invadía la cabeza entera provocándome esa sensación conocida de que debía no ya evitar el fracaso, sino que además debía ser extremadamente brillante cuando presentase mi idea de relanzamiento del producto. La obsesión ya campaba a sus anchas.
El horror al fracaso me ha atormentado toda mi vida, pero prefiero pensar que ha sido el motor de mi nivel de exigencia y ello me ha ayudado a conseguir algunos éxitos profesionales.
Ahora no me importa un pepino el tema, pero parece que permanece latente en mi subconsciente porque sigue manifestándose en algunas ocasiones, como esta noche anterior que apareció en forma de sueño de madrugada.

En la Agencia, vamos, en mi sueño, pasé toda la tarde sin hacer nada, sin concretar ningún pensamiento si es que lo había tenido, que creo que no.
Hacia las ocho horas de la tarde decidí regresar a casa, y al salir de mi despacho tuve la mala suerte de que me topé de nuevo con alguno de los “creatas” de la Agencia y todos tuvieron la mala leche de preguntarme cómo me iba con las patatas fritas. Respondí a todos, como sin darle importancia, que avanzando ya por caminos transitables, pero que aún precisaban de cierta maduración, mientras en mi interior me decía que era la rabia y la envidia lo que les carcomía porque todos hubiesen deseado ser los escogidos por el Cliente para desarrollar esa Campaña. Pero tenían que joderse: el encargo me lo habían hecho a mí.  Pensé, ¡que os den!

Al encontrarme con el aire frío de la calle sí tuve una idea.
¡Por fin algo positivo después de toda una jornada de trabajo!
Me iría de inmediato a un supermercado, o a unos cuantos, y compraría todas las variedades de bolsas de patatas fritas que encontrase. Me las llevaría a casa y haríamos, con mi compañera y mis hijos, un test consistente en ver qué patatas gustaban a cada uno de nosotros y por qué, si por el gusto, por los diferentes sabores (bacon, páprika, pimentón, jamón,…), por la cantidad de sal, por el aceite, por la presentación (las hay onduladas, en forma de palitos, acanaladas,…), por el envoltorio, por las diferentes promociones que proponían, etc.
Era un test de “ir por casa”, obviamente, pero podía ser efectivo, porque la experiencia me había enseñado que en muchas ocasiones en la sencillez está la solución a muchos de los problemas del mundo de la comunicación.
Lo haríamos esa misma noche, coincidiendo con la cena.

Y lo hicimos. Y cada uno de nosotros dijo la suya, como si de un brainstorming casero se tratase. Que si el bacon dominaba excesivamente, que si las que están fritas con aceite puro de oliva parecen mejores, que la forma clásica es la mejor que el invento de las acanaladas, que las mejores son las tostaditas en los bordes y algo menos en el centro, que tal vez…

Todos (mi compañera, mis dos hijos y yo mismo) coincidimos en que el packaging era excesivo, en el sentido de que desea transmitir tanta información que al final agobia: nombre del producto, nombre de la marca, principales características, promoción de turno (dos por uno, sorteos, viajes, cuponing,…), etc., más la información estrictamente legal que el Ministerio de turno exige a todos los productos de alimentación y gran consumo, y si a todo eso le añades múltiples colores para llamar la atención en el lineal, pues resulta un batiburrillo de información que más que ilusionar al consumo dan ganas de olvidarse del producto y dedicar esfuerzos sólo a los de primera necesidad.

Fue entonces cuando algo llamó la atención de uno de mis hijos: una bolsa que además tenía una franja de plástico, una tira de unos tres centímetros de ancho aproximadamente, y que iba desde el cosido superior de la bolsa hasta el cierre inferior de la misma. Esa tira o cinta se destinaba en el caso que nos ocupa a destacar la promoción del momento: conserva esta cinta y cuando tengas una docena introdúcelas en un sobre y remítelas a tal dirección haciendo constar tu nombre y apellidos, dirección, teléfono de contacto, correo electrónico, código postal, etc. y participarás en el sorteo de bla bla bla bla.

La pregunta de mi hijo fue fácil, o tan difícil como la que puede formular un niño: hacen esta pieza para destacar la promo, ¿verdad, papá?, pero de la promo ya hablan en la bolsa, por lo que ¿no podría utilizarse para otra cosa, papá?

Y allí había un camino a explorar. Estaba claro. Estaba tan claro que por eso no se mostraba en toda su evidencia. Esa pieza debía de utilizarse con mucha más potencia que ser simplemente una insistencia en la promoción del momento.

¡Y la idea apareció!
Se dejó ver en mi cabeza y se manifestó en todo su esplendor al día siguiente en la Agencia.
Esa tira de plástico debía convertirse en un vehículo para interrelacionar a los consumidores de las patatas fritas.
¿Qué tal empujar al consumidor a que escribiese un breve mensaje en el espacio reservado para ello y dedicárselo a una persona especial, o al amigo desconocido, o a quien le de la gana al escritor?
Por ejemplo: un título como encabezamiento del estilo “Dedica unas palabras a tu ser más querido y lo leerá cuando consuma su bolsa de patatas (nombre de la marca)”.

Espacio de cinco o seis líneas para el mensaje corto, al estilo twitter, y leyenda final de instrucciones, al estilo:

Utiliza un bolígrafo normal o un rotulador de tinta permanente, y después de escribir tu mensaje, rellena con tus datos personales el dorso de esta tira, y envíala al Departamento de Atención al Cliente de (nombre de la marca), dirección, ciudad, C.P., y editaremos tu mensaje en próximas ediciones de nuestras Bolsas de patatas. Puedes firmar con tu nombre o con el seudónimo que desees. Caso de no editar tu mensaje en la propia bolsa, cada mes editaremos un “Boletín de los Mensajes de las Patatas Fritas de (nombre de la marca)” en donde recogeremos la totalidad de los mensajes recibidos (siempre y cuando no contengan expresiones malsonantes, insultos,… a criterio de nuestro Dpto. de Atención al Cliente) para darlos a conocer a todos nuestros consumidores.


Al día siguiente presentamos la idea al Cliente, ¡y les encantó!

La idea triunfó.
El Departamento de Atención al Cliente recibió miles de mensajes del estilo “Elena, Quiero casarme contigo. Pepe”, “Marisa, Eres más adorable que una patata frita. Tu novio”, “Juan, te voy a morder como a esta pata frita, Carmen”, “Pilar, estás más buena que estas patatas fritas. Tu cariñito”, “Para mis hijos que son tan saladitos como estas patatas. Mamá Rosa”, etc.
Y cada mes se editó el Boletín de los Mensajes de las Patatas Fritas de (nombre de la marca) con todos los mensajes recibidos, y se distribuía junto con los expositores de las bolsas de patatas en los supers, hipers, bares y barras de infinidad de puntos de venta.

                                ………………………………………

Proseguía mi sueño desplazándose en su viaje onírico a varios meses después del lanzamiento de los Mensajes y allí me ocurrió un hecho inexplicable, absolutamente sorprendente e inesperado.
Me senté en una de mis terrazas habituales para dedicarme a la noble actividad de la observación del prójimo (aprender del comportamiento del otro es absolutamente necesario para un publicitario), y solicité a la camarera mulatita que se acercó para atenderme que me trajese una buena jarra de cerveza fría pero no excesivamente helada, con lo cual me gané una mirada del tipo “este imbécil debe pensarse que en los grifos de cerveza de presión se sirve la cerveza al punto de frío de cada cliente”, pero decidí no darme cuenta del menosprecio de su mirada. Ya la castigaría de otra forma y en otro momento. Y el momento apareció de inmediato, pues nada más servirme la cerveza le pedí que me trajese una bolsa de las patatas fritas de la marca de mi Cliente, y así la obligué a realizar otro viaje más. La cerveza estaba fría y en el punto exacto que a mí me gusta, así como mi venganza, que también es, como es sabido por todos, fría y además se sirve.

Después de unos tragos de cerveza y de consumir media bolsa de patatas fritas pensé en leer el mensaje que la bolsa llevaría impreso, y fue cuando me derramé el resto de la jarra por encima de mi bragueta al sol de la terraza.
El mensaje decía: “Miguel, cariño mío: me encantas cuando te pones gusanito. Tu amante. Susan.”

Pedí otra jarra de cerveza y otra bolsa de patatas, mientras la mulata me miraba como diciendo “este gilipollas o se ha meado encima o se ha tirado la cerveza encima de sus huevos”. En cuanto tuve la segunda bolsa de patatas en mi mesa corrí a leer el mensaje, y era el mismo: “Miguel, cariño mío: me encantas cuando te pones gusanito. Tu amante. Susan.”

Mientras me bebía la cerveza a palo seco, porque de las patatas ya no quería saber nada, empecé a mezclar pensamientos: mi mujer se llama Susan, y cuando me ve con el careto como enfadado me pregunta muy cariñosamente si estoy “gusanito” ya que es su forma de describir mi rostro enfurruñado, ¿Es posible que otra mujer de idéntico nombre de pila utilice el término “gusanito” para lo mismo que mi mujer?, ¿Tiene Susan un amante llamado Miguel?, ¿Qué Migueles conozco yo a parte de mi cuñado, el hermano de Susan?, No, no es posible que Susan me ponga los cuernos y tenga la frivolidad de utilizar la bolsa de las patatas fritas de mi Cliente para enviar mensajes a su amante, ¡Si además la idea surgió en casa, y Susan es muchas cosas pero jamás una cínica!,…..

Me intenté tranquilizar. Pedí otra cerveza. La mulata volvió a desviar su mirada hacia mi bragueta mientras decía ¿Y también otra bolsa de patatas?, y yo estuve a punto de contestarle de malos modos porque parecía que no veía que la segunda ni la había tocado, pero le dije secamente que no, que no quería más patatas fritas, y diseñé un plan de actuación sigiloso para descubrir si el mensaje del “gusanito” era de Susan: hablaría con mi Cliente para que buscase el original del mensaje, la tira de plástico de marras, para ver la dirección que había hecho constar en el dorso de la tira.
Sí, ese era el plan. Sólo faltaba encontrar la excusa idónea para justificar mi petición ante mi Cliente sin levantar ningún tipo de sospechas.

Y de golpe y porrazo me desperté de mi sueño en un mar de sudor, lágrimas y orines, fugados de mi cuerpo entero, de mis ojos y de mi vieja vejiga.
Me levanté de la cama tambaleándome como una peonza, me froté los ojos con fuerza y corrí angustiado a buscar una bolsa de patatas de mi Cliente en la cocina para ver si el mensaje soñado existía, sin caer en la cuenta de que yo no compro bolsas de patatas fritas, porque no las consumo ya que prefiero hacérmelas yo. Me dirigí al cuarto de baño para lavarme la cara todavía en plena confusión, y sin capacidad para pensar nada mas me metí en una reconfortante ducha de agua caliente.

Y allí fue donde caí en la cuenta de que todo había sido un sueño, y también en que mis obsesiones me persiguen hasta el punto de sentir celos por los devaneos amorosos e inexistentes de mi mujer, que se tornó en ángel hace ya casi nueve años y que desde las nubes que tiñe de rojo y verde cada atardecer con su melena y el iris de sus ojos cuida de mis días y de mis noches.
Pensé que la única manera posible de recuperar mi vida junto a ella era en mis sueños, y eso tranquilizó mi espíritu porque a veces creo que bordeo la locura del expublicitario atormentado por la nostalgia del amor.
Aún así, creo que cada vez que vea una bolsa de patatas fritas no podré resistir la tentación de ver si en la misma hay algún mensaje secreto de Susan para mí.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXXV).

 
Siempre gocé al acariciar con mis labios la suavidad del pétalo de una rosa e inspirar lentamente su fragancia entregada y regalada, rozar con mis dedos frágiles las alas de una mariposa, acoger en las palmas de mis manos las plumas del diente de león para luego soplarlas y pensar en un deseo mientras las plumitas de un blanco inocente inician el vuelo que la brisa tutela y yo olvidaba porque mantenía mis ojos cerrados y apretados por el miedo a que mi deseo también se desvaneciese, y ahora, ya en el inicio de mi decadencia física, aprendí que las yemas de mis dedos jamás olvidarán la excelencia y la dulzura de porcelana de su piel, así  como su olor y su textura, regalo que me hizo de nuevo la vida y entrega que ella me regaló.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformistas (XXXIV).

 
Ayer fue mi cumpleaños.
No voy a decir cuantos cumplí porque me da pereza contarlos. Sólo diré que si fuesen velas en un pastel me faltarían pulmones para apagarlas.
Y lo que ahora contaré, que es lo que hice cuando se me ocurrió, a eso del mediodía, no es porque me encontrase solo o sufriese de soledad.
No.
No fue así. Es sólo que se me ocurrió y lo hice, porque estoy en un estadio de mi vida en el que hago lo que deseo en cada momento, siempre atento a no dañar a nadie con mis decisiones o actuaciones.
Además, estoy tranquilo, sereno, relajado, tanto cuanto me lo permite mi hiperactividad, que hoy día está en mínimos desde que decidí instalarme junto a las montañas, en el amplio valle de la Cerdanya.

Decidí, así de repente, que me apetecía que la gente, mis amigos y conocidos, me felicitasen por mi onomástica.
Recuperé viejos conocimientos de lo que fue mi vida profesional, la publicidad directa, y redacté el siguiente mensaje a través de un “guatsap” con el objetivo evidente de obtener respuestas y muchas felicitaciones.

Así decía:
“Si mis papás hubiesen decidido ponerme de nombre de pila el de un santo del día de mi nacimiento (que es hoy), mi nombre sería uno de los siguientes: Serapión, José Pignatelli, Clementino, Teódoto, Hipacio, Jocundo, Filomeno. ¿Cuál te gusta más? Es por si decido cambiar de nombre”.

La respuesta fue alucinante.
A los pocos segundos de hacer llegar el mensaje a un centenar de amistades, mi móvil empezó a sacar humo.
¡ Todo el mundo me felicitaba !
¡ Y todo el mundo apostaba por uno de los nombres sugeridos, salvo algunos que me decía que ya estaba bien mi nombre, Paco, que no lo cambiase, y lo que es mejor, me daban sus explicaciones !

Pensé que la creatividad siempre triunfa, y que la publicidad directa sigue siendo eficaz, como cuando ya la vendía a mis Clientes.
Eso me dio más tranquilidad todavía, y me hizo feliz, porque conseguí recibir muchas felicitaciones y me confirmó que no engañaba cuando trabajaba.
Las agradecí todas, cada una de ellas con su mensaje particular, como dictan los cánones de la que fue mi profesión.
Y me sentí muy bien mientras degustaba una excelente copa de vino y un buen filete de buey.

Simplemente para vuestro conocimiento: ganó Serapión, seguido muy de cerca por Jocundo, y en tercer lugar se clasificó Filomeno.
Todos los nombres recibieron algún voto.
¡ Viva la diversidad !

lunes, 13 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXXIII).

 
El animal más detestado por la extrema derecha, la derecha y partidos afines es el oso hormiguero, porque cuando ve una fila de hormigas bien formada, perfectamente alineada y con las filas prietas, no puede resistirse y aspira con su trompa y de manera indiscriminada y desordenada todas las hormigas que se le ponen a tiro, desmontando y desmadejando la homogénea formación, y eso, a las derechas uniformistas y negacionistas de la diversidad, las irrita profundamente.

Greguerías de un inconformista (XXXII).

 
Regalar un ramo de flores siempre tiene un retorno: una sonrisa, unos ojos expresivos, un beso, un abrazo, unas palabras de agradecimiento, un gracias sentido, la manifestación de la alegría, la dulzura de un rostro, incluso a veces un te quiero.

El último ramo de rosas que envié a una mujer me contradijo rotundamente.
No he tenido retorno alguno.

Ni siquiera se si las rosas despedían un intenso perfume o si era escaso, ni siquiera se y creo que nunca sabré si las entregaron como solicité, de color amarillo que era su preferido, o si recurrieron a las rosas rojas que es el color más recurrido. Desconoceré si fueron una docena como encargué o fueron rácanos y entregaron un número menor, nadie me dirá si esas rosas que nunca me enviarán un mensaje fueron acompañadas con gracia y destreza o se apilaron la una junto a la otra con desidia y desgana.

Intenté dar lo que guardo en mis recuerdos como un tesoro vivido, pero algunas personas sólo tienen pobreza en su corazón.
Pero no quiero pensar en eso, prefiero creer que algo mal, muy mal hice, para haberme ganado ese enorme desprecio.

O tal vez prefiero pensar que sí hubo retorno y se lo llevó el silencio del viento lento y la sal dulce de una lágrima escondida.

Sí, eso pensaré.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformistas (XXXI).

 
Si dormir es morir un poco, soñar es vivir varias vidas.

Yo soy de esos, de los soñadores, porque sueño por la noche y además todas las noches, sueño durante el día porque sueño despierto, sueño los sueños y los escribo y los modifico para vivir a mi antojo.
Y unos sueños son bellos, y yo cuando los explico a mis amigos los convierto en bellísimos, y otros son feos y los transformo en amables unas veces, y otras no, porque así doy cumplida satisfacción a mis bajos instintos, como lo son la venganza, la envidia, la inquina, el desprecio y otros muchos que detesto aunque aparecen en cuanto pueden asomar la cabeza, y así ya no tengo que cumplir con ellos en la vida real porque los aborto en mis sueños.

Yo sueño y quiero seguir soñando, porque es una oportunidad que la vida nos ofrece a todos, y los románticos como yo seguimos en el convencimiento de que los sueños sueños son, pero creemos que muchos de ellos, todos, se pueden realizar.

Y se realizan. Así es.
Es sólo una cuestión de fe.

martes, 7 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXX-bis).

 
¿No te gusta la sopa? Pues toma dos platos.
Este dicho resuena en mis oídos desde mi infancia, aunque en mi caso era el hígado el que martirizaba mis cenas en casa de mis padres. Y no en exceso, porque mi madre era un ser divino que no martirizaba ni a una mosca pesada e impertinente.

La pasada noche, nada más apagar la lamparita de la mesita de noche, me visitó el gerundio con ánimo de dar guerra, y me soltó de sopetón que sí, que ya sabe que no lo soporto y no lo tolero (lástima que se ha colado una e, dijo, porque sino todo serían os, escupió el muy apestoso), pero que su lucha por la supervivencia y la vigencia de su estirpe le había dado buenos réditos, hasta el punto de convertirse en refrán utilizado por todos, como es el caso de la conocida expresión “andando, que es gerundio” y otras similares de uso universal en el idioma castellano.

Me tuve que comer con patatas la defensa de su legitimidad, y el muy ladino se dio cuenta y remató con contundencia y un punto sarcástico que “A dios rogando y con el mazo dando”.

Quise responderle con una imitación de Camilo José Cela cuando dijo al ser descubierto dando una cabezada, creo que en el Parlamento o en el Senado, no recuerdo, que  “no es lo mismo estar dormido que está durmiendo, al igual que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”, pero me pareció que en esta ocasión la prudencia recomendaba el silencio, sin que mi mutismo fuese una concesión al gerundio al estilo de que “quién calla, otorga”.

Pero el cabrón se fue entre risitas, y yo me quedé toda la noche jodido, no jodiendo.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXX).

 
Me he pasado buena parte de la  madrugada en el análisis de por qué desprecio tanto al tiempo verbal llamado gerundio.

Primero he pensado que tal vez sea por su sonoridad apestosa, sonoridad que se concentra en la sílaba (ge)run(dio). Como que no me he quedado convencido he proseguido con mis pensamientos y he llegado a creer que es porque gerundio carece de la vocal a, pero la verdad es que no hace al caso, porque otras palabras sin esa vocal son deliciosas, como por ejemplo birlibirloque, que además de no tener as tampoco tiene us.
Entonces me he inclinado por pensar que al pobre desgraciado tiempo del verbo le pusieron ese nombre de gerundio como aquellos padres desalmados de la España de antes que le ponían al hijo o a la hija el nombre del santo del día, y así nacieron Gúdulas, Priscas, Metodios, Pascasios, Asprenatos, Apolonias, Zósimos y otros semejantes.
Luego he pensado que no, que tampoco es esa la explicación a mi disgusto por el término gerundio y mi aversión por ese tiempo verbal.

Al final, ya con el alba asomada a mi ventana, creo haber dado con la respuesta.
El gerundio es el tiempo verbal que manifiesta la simultaneidad de la acción con el tiempo en que se habla, y tiene dos vertientes en función de la conjugación del verbo, que son las terminaciones iendo y ando (evito ejemplos para no dar entrada en este texto al denostado gerundio).
Y es esa simultaneidad la que me desagrada, porque carece de la experiencia que atesora el hablar del pasado y de la ilusión que conlleva el hablar del futuro, y el pasado y el futuro son estadios de la vida y de las cosas sobre los que suele hablar el escritor.
La instantaneidad del presente es más para los periodistas.

Es por ello que detesto el gerundio.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXIX).

 
Le encantaban esos momentos con los que se encontraba cada noche, cuando leía en la cama antes de dormirse, y caminaba y recorría todos los caminos del mundo.
Por la mañana, al despertar, sólo recordaba sus caminatas, casi nunca el texto leído, pero no caminaba de nuevo porque tenía que ducharse para irse rápidamente al trabajo.

Por eso le encantaban las noches.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXVIII-bis).

 
Esta pasada noche he vuelto a soñar con ornitorrincos.

Me he despertado con un sobresalto, y lo primero que se me ha ocurrido ha sido palpar con tiento mi cuerpo con mis dedos y la palma de la mano, pero entonces me he acordado de Kafka y me ha entrado la risa.

Me he vuelto a dormir sin saber qué hora era pero con una sonrisa vagando por mi habitación, pero no he podido averiguar si era mi sonrisa, la de Kafka, la de su escarabajo, o la del ornitorrinco austral.