Estuve observando durante un buen rato y muy atentamente a un
pavo doméstico que se paseaba por su corral pavoneándose con la cabeza muy
erguida y exhibiendo su pecho henchido de soberbia.
El pavo se dio cuenta de mi insolente observación y, tras
detenerse frente a mí y mantener un cara a cara intenso y de mirada fija y
persistente, me espetó: “Sí, no te quepa ninguna duda. El máximo exponente de
la elegancia masculina lo inventé yo: la corbata”.
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