Cada vez que me ordeno, mi vida, quiero decir, y eso es mi
casa, mis libros, mi ropa, mis objetos fetiche, incluso mis sentimientos y
emociones, la vida me desordena.
Y entonces sufro, y mucho más de lo que yo soy consciente,
porque el desorden me desequilibra y yo deseo y busco el equilibro (una buena
amiga mía me decía hoy mismo que añora la felicidad interior, esa que te hace
ir a dormir con una sonrisa descolgándose de los labios, y es muy posible que
yo también busque eso sin saberlo).
Ahora iba a escribir más sobre este tema, pero me he quedado
paralizado, mental y físicamente, porque me parece que todo lo que he escrito
es absolutamente falso (salvo lo que me ha dicho mi amiga, porque eso es veraz
y cierto, podéis mirar mi guatsap, ahí queda constancia), porque yo amo el
desorden y la improvisación, el sinsentido, porque eso es emotividad y por
tanto vida.
Y la vida es placer, y sufrimiento, y amor, humor, olor,
sudor, lágrimas y risas, sangre y sal y arena, agua, hielo y fuego, calor y
frío, y candor y escalofrío, y pasión, corazón, perdón, y sin razón y ruego y
lamento, y eso es desequilibrio y desorden.
Y ahora, con una copa de vino nocturna y oscura entre mis
manos, me parece que todo esto también es mentira, y que al final lo único que
deseamos es paz, confortabilidad, buena comida y bebida y sobre todo el
reconocimiento que no mereceos porque no hemos hecho nada para merecerlo. Y eso
tampoco es la felicidad, pero durante un rato nos parece que sí, por nuestra
egolatría.
Desisto seguir escribiendo (esta noche).
Me voy a dormir.
Mañana volveré a pensar sobre esta falacia, porque en la
hora de la verdad los demás importan poco y sólo merece atención lo que tú
opines de tú mismo.
Y a lo mejor ni siquiera eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario