De nuevo me convoca la Lechuza después de seguir
inspeccionando los medios, y me ruega encarecidamente que os haga llegar partes
(no la totalidad) del artículo de opinión de Gregorio Morán (Sabatinas
intempestivas) del pasado sábado 24 de septiembre de 2016.
Bajo el título de “El país más corrupto de Europa”, Morán
escribe cosas como las que siguen:
“Sorprender no sorprende, pero llama la atención que
seamos el país más corrupto de Europa occidental.
(…) lo más llamativo es que nadie se haga la pregunta en
voz alta, y que nuestros talentos mediáticos no se hayan detenido a pensar a
qué se debe.
(…)Aquí se viene abajo cualquier patriotismo aldeano. El
parecido entre un delincuente económico catalán y otro madrileño, o asturiano,
o gallego, es absoluto. Hago una excepción para el caso valenciano, porque cabe
reconocer que ahí se han alcanzado cotas de imaginación y desparpajo que
asombran incluso a los que creíamos no sorprendernos ya de nada.
(…) No engañen. Superamos a los italianos y no por un
asunto de “finezza”, como les gusta decir a los cursis, sino porque nuestra
corrupción al conjunto social, desde la banca convertida en una organización de
timadores –eso fueron las preferentes- hasta la policía -¿se imaginan a un jefe
de inspectores grabando una conversación con su superior máximo? Pues lo hemos
vivido.
(…) La organización “Manos Limpias” estaba formada por un
puñado de delincuentes, de la extrema derecha, y yo conocí a uno, un tal
Bernard, allá por los primeros años de la transición, que trabajaba de sicario
político y económico de Blas Piñar, en Fuerza Nueva. Lo escribí. Nadie dijo
nada, nadie se acordaba de nada, como si se tratara de otra persona.
(…) en España no hay extrema derecha con peso político,
al menos de momento, en ninguna parte de Madrid a Barcelona, de Valencia a A
Coruña. Y no la hay por algo tan obvio como que está en el poder. Buena parte de
las leyes de la bendita transición fueron redactadas para proteger a los
delincuentes, de ahí el interés en el garantismo. Un garantismo jurídico
elaborado por los grandes bufetes para crear la cortina impenetrable que hace
imposible que los estafadores, sus clientes, vayan a la cárcel.
(…) La transición diseñó una legislación para
delincuentes; fue uno de sus éxitos mas silenciados. Te daban el caramelo de la
urna y al tiempo te concedían el derecho a militar en un partido que olía a
pescado podrido. Baste como ejemplo el reciente fallecimiento de Joaquín
Rivero, el opara negra del ladrillo, de la ganadería de Jerez de la Frontera.
Societario de del Club de los Constructores Medio Muertos, pero forrados: Luis
Portillo, Jové, Fernando Martín, Rafael Santamaría, Díaz de Mera, el “Pocero” o
Bautista Soler. Una sociedad que los plumillas denominan “los señores del
ladrillo”. ¡Un respeto!
Y acaba la Lechuza con sus conclusiones respecto de las
elecciones gallegas y vascas.
Me dice simplemente que las vascas han sido lo esperado, es
decir, un Urkullu al estilo Duran i Lleida, o sea, soy pero no, pero a veces
sí, y otras tal vez, y después ya veremos, y depende de si federal o
confederal, y la sopa de cebolla me gusta pero a veces sin pan y otras con pan
pero tostadito ligeramente.
Y de las gallegas me dice que intenta explicárselas en
clave minifundista.
Quiere esto decir que el gallego, que no sabe si sube o baja
la escalera, si va o viene, si fuma o está empezando a dejar de fumar, piensa
en clave refranero español, y lo que tiene en su cabeza es “Virgencita,
virgencita, que me quede como estoy”, o lo que es lo mismo, “Sorna con gusto no
pica”, o “Más leña al mono”, o bien, y acaba la Lechuza, “No te gusta la sopa,
pues aquí tienes dos platos”.
Hasta la próxima Crónica y “Salut i força el canut”, que
para algo este cronista es catalán.