miércoles, 31 de agosto de 2016

Pensamientos Fittipaldi (IV).

 
Hay noches que, cuado apago la luz de mi habitación y se enciende la luz de mi mente, pienso en la Muerte, así, con la inicial en mayúsculas.
La mía ni me importa ni me interesa.

Pensamientos Fittipaldi (III).


No es mío.
Lo recojo de lo que hoy me ha escrito una amiga.
Vino a mi Casa-Alma de la Cerdanya a pasar unos breves días, y yo le puse una rosa en un jarrito en su habitación.
No hice más.
Y esto me dice:
“Aspiré los aromas de la rosa que me dejaste en mi habitación de tu casa, y guardé sus aromas y olores en mi interior. Ahora, de cuando en cuando, entro en ese rinconcito y vuelvo a recuperar ese olor, ese aroma, y…”.

Pensamientos Fittipaldi (II).

 
“Manilles, folrres, anxaneta, castells d’homes i dones i mans i esquenes….”.
No conozco en profundidad las técnicas de esta tradición de mi tierra, pero veo a los “castellers” en el televisor y se vitreolan mis ojos.
Riego mi tierra con las lágrimas del sentimiento de mi alma.
Solidaridad. Esfuerzo colectivo. Esfuerzo solitario. Mandíbulas apretadas. Ojos de vidrio. Puños de hierro. Estallido de triunfo. Objetivo conseguido. Aplausos y llanto. Alegría.
“Els catalans no fem llenya, i si la fem, ens aixaqem de nou”.

martes, 30 de agosto de 2016

sábado, 27 de agosto de 2016

Relámpago mental desmantelado (L) y/o el silencio del discernimiento.

 
Ayer me senté de nuevo en mi terraza favorita de Llívia.
Normalmente voy cada día a hacer la birra, pero acostumbro a sentarme en la pequeña barra que hay en el interior, porque me siento más cómodo ya que no hace tanto calor y no sopla el viento que me dificulta la lectura de la prensa, aunque últimamente he visitado la terraza más de lo acostumbrado acompañado por una amiga, María Valor.

Hoy, yo solo aposté por la terraza, tal vez porque no llevaba ni diarios ni libro alguno, y me apetecía contemplar ya casi los estertores de los últimos veraneantes que molestan la Cerdanya, aunque los de la hostelería hacen, y nunca mejor dicho, su agosto.

Y de repente, pensando en los temas que rondaban mi cabeza, caí en la cuenta de que debo seguir con mi lento aprendizaje del silencio, concretamente de cuándo debo guardar silencio, porque hay situaciones que requieren de la contención.
Pero en demasiadas ocasiones mi espíritu indomable me traiciona, y aún no queriendo hablar ni pronunciarme, hablo y me pronuncio.
¡ Cuánto me cuesta silenciarme !
Debo proseguir con mi aprendizaje.
Guardar silencio en algunas situaciones es signo de sabiduría, tanto en las ocasiones en que el contrario no merece réplica como cuando el opositor es incapaz de entender razonamientos lógicos y sencillos.
Pero es bien cierto que no todo el mundo goza de la capacidad del discernimiento que creí aprender de los jesuitas, y creo que otros muchos alumnos que por esa escuela de vida pasaron tampoco supieron asimilar ese concepto en toda su dimensión.

Sólo saben utilizarlo algunos privilegiados, y tal vez yo no me encuentre entre ellos.
Pero seguiré intentándolo, seguiré aprendiendo.

Una inoportuna mosca con aires kafkianos me despertó de mi ensimismamiento y decidí consumir mi cerveza tibia y pedir otra fresquita antes de regresar a mi Casa Alma de Enveitg.

lunes, 15 de agosto de 2016

Relámpago mental desmantelado (XLIX) y/o el enfado.


Estaba, como muchas otras veces, sentado en mi terraza favorita de la Cerdanya, en Llívia. No es ahora la mejor época del año, porque agosto está lleno de “pixapins” (así llaman a los barceloneses con segunda residencia las gentes de este valle), y para pedir una cerveza tienes casi competir con media terraza.

La morena que me atiende con asiduidad, de la República Dominicana, algo rancia de trato pero tremendamente agradable conmigo, se me ha acercado para averiguar si deseaba una caña, como de costumbre, mientras renegaba de los turistas exigentes y poco dados a la espera.
Y de sopetón me ha soltado: “Tú, ¿no te enfadas nunca, Paco? ¿Estás siempre de buen humor?”
Le he contestado que sí, que suelo estar de buen humor, pero que alguna vez me enfado, aunque cada vez menos, y si lo hago, es conmigo mismo, por no haber cumplido con algún compromiso adquirido con mi propio yo.

Después de servirme la cervecita fría y sonreírme con esos dientes blancos que relucen en su cara negrita y bonita, y después del primer sorbo, largo, como siempre me recomendaba mi padre que debía ser el primero (los siguientes, ya sorbitos), me he pensado mejor si mi respuesta de que casi no me enfado nunca era cierta o si era simplemente un brindis al sol que yo mismo me hacía.
Creo que es verdad que me enfado ya poco: las dos últimas veces me agotaron, al estilo de aquellos que dicen que ya no lloran porque derramaron todas las lágrimas posibles.

La penúltima vez fue cuando una ribereña, de geografía más cercana al Atlántico que al Mediterráneo, me mostró su cobardía e incomprensión y me dio largas hasta a la amistad (la cama ya entiendo que no la desease, pero eso es otra historia que de momento me reservo para respeto de mi intimidad, y la suya, claro está), pero fue un  enfado menor y pasajero, unos meses, aunque aún pienso en ella y en lo mal que lo hice todo.

El anterior enfado sí que fue con el mundo entero, conmigo y con todo lo que se menea por este mundo, porque fue cuando Susan falleció y yo no entendí nada de nada (todavía no se si lo entiendo ahora, a pesar de que una amiga, y muchas otras y otros que me quieren, de mi alma me ha intentado explicármelo hasta la saciedad, hasta que yo le he dicho que sí, que lo entiendo, aunque no sea del todo cierto).
Me decían, me dicen, que debo superarlo por mis hijos y por mis nietas y por ellos, mis amistades que adoro y que se que me adoran, y decidí, en muchas ocasiones y por una vez en mi vida, hacer caso a lo que me decían y recomendaban.
Aunque no sea del todo cierto lo que escribo, lo de hacer caso, porque me puede mi individualismo recalcitrante, pero hago como que sí, porque entiendo que mi pena cansa ya a los demás, porque hasta yo estoy agotado de tanto hablar y pensar en y sobre ello.

Antes decía que hay quien manifiesta que ya no puede llorar más porque todas sus lágrimas se agotaron con sus sufrimientos y padecimientos padecidos y sufridos.
Yo también digo que a mí me sucede lo mismo.

Pero no es cierto.
Yo sigo llorando, todos los días, todas las noches, todos los amaneceres, todas las puestas de sol, ante el mar, ante el correr del agua del río, ante el vuelo rasante de la golondrina, ante la amistad, ante la belleza de una mujer y, sobre todo, ante los recuerdos del ángel que cuidó mis días y mis noches por amor y entrega infinitas.

Por eso vivo, para recordarla y algún día, que ya no es muy lejano, poder explicarles a Paula y Susana quién era su abuela, porque aunque ya se que mis hijos se lo explican, mi versión será la del amante eterno de la mujer más bella del mundo.

domingo, 14 de agosto de 2016

Compañera del alma mía.

 
Compañera del alma mía,

Esta noche salí a nuestro jardín a las 02:30 h.
para ver la lluvia de estrellas de todos los agostos.
Siempre cuesta verlas,
porque cuando no es una nube son dos, o tres,
o muchas nubes que dificultan su visión.
Pero esta noche,
mientras espiaba el cielo con atención,
una estrella cayó en la huerta, y se depositó junto a tus cenizas.
De inmediato supe que era la estrella que me enviabas,
y no me atreví a recogerla porque pensé que era profanar el firmamento,
porque pensé que era robarle la luz a esos otros parajes que ahora iluminas tú.

Sólo pude hablar unos instantes fugaces con ella,
y fue para decirle que tú sigues siendo la compañera del alma mía.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Despacito y con buena letra.

 
Aunque no me escuchas, ni me lees, ni me escribes, ni nada deseas saber de mí, yo te escribo, en silencio y despacito.
Me corrijo.
Aunque no me quieres escuchar, mi me quieres leer, ni me quieres escribir, ni nada quieres saber de mí, yo te escribo calladito y en silencio.
Yo te quiero, te sigo queriendo.
No supe quererte en su momento, y de ello me arrepentiré toda mi vida.
Me arrepiento cada amanecer y cada atardecer, que es cuando tus ojos negros me vienen a los míos. Calladitos. Serenos. Escasos de luz.
Pero los ojos tuyos que son míos.
Me arrepiento cada día.
Debí saber quererte, pero no fui capaz.
Será un dolor que arrastraré el resto de mis días.
Aunque no me escuches, ni me leas, ni me escribas, ni nada desees saber de mí, yo a ti me dirijo, en silencio y despacito, con buena letra.
Yo te quise y te querré, porque yo soy así, nervio, fuerza, destemple, pero hoy estoy hablando contigo  despacito y con buena letra, eso que nunca he sabido hacer bien.
Hoy se que te quiero, con buena letra y despacito.