sábado, 25 de octubre de 2014

(Yo) Mi nombre es Susana - III.


Nadie sabe lo que yo quería a esa mujer que perdió su nombre porque se lo regaló a su nieta.
La quería más de mil veces!!!

(Yo) Me llamo Susana – II

 
Ayer por la noche mi hijo me invitó a cenar y me dijo que había leído mi escrito sobre el nombre perdido de su madre porque se lo regaló a su hija.
Y que él sabía el nuevo nombre de su madre. 

Su madre, me dijo, se llama ahora FLOR.

viernes, 24 de octubre de 2014

(Yo) Me llamo Susana.

 
Ayer por la noche, cuando mi nieta se me acercó para darme el beso de las buenas noches, le respondí con un beso mío y con un “Buenas noches y hasta mañana, Juanito”.
La cría me miró así como ofendida y muy seria ella me respondió “Avi, yo me llamo Susana, S U S A N A” (en realidad sonaba a Tutana, que es muy lindo).

Y para mi sorpresa, añadió: “Yo me llamo Susana porque el nombre me lo dio mi avia, que está en el cielo. Lo que no sé es cómo se llama ahora ella, porque como que me regaló el nombre pues debe de tener otro”.

No pude responderle nada.

Cuando un poco después me retiré a mi habitación, enfrente de la suya, pensé lenta y lánguidamente en mi mujer y ví como una lágrima de hiel resbalaba serena por su mejilla de miel.

Me dormí con su nombre bailando en mis labios ásperos y desiertos.
Me he despertado para besar a mi nieta Tutana.

miércoles, 22 de octubre de 2014

El delfín.

 
Del delfín dicen los científicos que es uno de los animales de mayor inteligencia del mundo animal, que debe ser el que no es racional, según las definiciones al uso.
Amista con el hombre, y el hombre, que no es tan inteligente, se divierte a su costa.

Cuando después el hombre, en esos momentos en que se cree inteligente, piensa en el delfín, opina que es un animal simple, algo bobo, incluso tonto, y que su perenne sonrisa en el rostro parece que así lo certifica.

Un amigo querido me decía el otro día que nuestra sociedad considera al hombre bondadoso como a un tonto.
Y así es.
Ved hasta que punto el hombre lo pervierte todo.
Pervierte al bueno y al delfín, y no menciono el resto de lo que pervierte porque me faltarían dedos y teclas en mi portátil.

domingo, 19 de octubre de 2014

El Tío Lejía.

 
Baldomero Ruíz Lópezrosa entró, como cada día, a las 16 h. en punto en el Bar-Restaurante “El Coto” de Tarancón, segunda ciudad de la provincia de Cuenca, en la Avenida Miguel de Cervantes, zona moderna de la población, y frente a un barrio antiguo, algo decrépito pero encantandor, de casas unifamiliares de una sola planta, conocido localmente como “El Congo”.

Todos los días, a excepción de los miércoles, que es el día en que las cañas y las jarras y los vinos y las tapas y también Rafi y Reme libran por descanso semanal,  Baldomero, conocido en toda la zona como el “Tío Lejía”, entra a esa hora para tomarse un café y permanecer acodado en la barra y en el mismo taburete de todos los días  hasta si hace o no las 18:30 horas.
Baldomero no es de Tarancón, aunque el eje de sus actividades profesionales, que le proporcionó el apodo por el es que conocido, sí lo desarrolló en esta población equidistante de Cuenca capital y de la ciudad de Madrid. Nació en Villaescusa de Haro, provincia de Cuenca, el veintisiete de febrero de mil novecientos veinte. Tiene por tanto, dice él, noventa y cinco años, camino de los noventa y seis en no más de cuatro meses.

Desde el primer día que paré en “El Coto” a tomar una cervecilla, y paré porque es el Bar que frecuenta mi hijo Aleix y su mujer Alicia, taranconera de cuna y raza, y su hija Susana, tanto para el primer café del día como para la cerveza de después de echar el cierre a su establecimiento y antes del retiro a su domicilio, el viejo me llamó la atención.
Empecé a fijarme en él porque desde siempre he admirado la época de la vejez porque la consideré como los años de la paz, el sosiego, la tranquilidad y la sabiduría, a pesar de que conforme yo me acerco a ella pienso que en todo me equivoqué salvo en el tema de la sapiencia, porque esa sí es como fruto de la experiencia y de muchos años de trotar y dar tumbos por esos mundos. Los otros atributos que yo entendía que adornaban el final de la vida se han ido al carajo, porque salvo algunos privilegiados con dinero en el bolsillo y sin enfermedades en sus cuerpos desvencijados, el resto que es mayoría viven atribulados por que carecen de recursos económicos o se los han recortado desalmados que se llaman gobiernos y, además, les asolan males que se manifiestan en quejidos y malestares tanto del cuerpo como de la mente y el alma.
Y en mis observaciones caí en la cuenta de que el anciano era realmente muy pero que muy viejo, y que posiblemente por ello manifestaba una sordera descomunal que salvaba sólo en alguna ocasión por los berridos que le proferían algunos lugareños para intentar darle un poco de conservación o interesarse por su estado general.
Observé también que detrás de su oreja derecha y en el interior de su pabellón auditivo pasaba el rato un “sonotone”, y que poca función hacía o de vacaciones estaba ya que ni a gritos de los parroquianos atendía el anciano.
El silencio era como una aureola que rodeaba su cabeza, pero estimé que así era porque cuidaba con cierto celo su silencio como símbolo de su intimidad y de la riqueza de un espíritu que yo intuí fuerte y labrado tras años de duro esfuerzo. Eso me pareció  entender o eso es lo que yo quise entrever.

Antes ya me había apercibido de que con absoluta regularidad ocupaba siempre el taburete de patas negras y forro de símil de piel negra también que se sitúa al final de la barra de “El Coto”, en el lugar más alejado de la puerta de entrada al Bar-Restaurante que regenta la gaditana Rafi.

El abuelo vestía con la misma ropa día tras día. Cazadora de piel falsa de color negro, pantalones de franela color marrón oscuro, calzado tipo mocasín barato y gastados, de color negro y faltos de crema para el mantenimiento de la piel y el color, un sencillo bastón de madera y empuñadura curva con algún adorno dorado en su parte alta, y boina oscura sobre la mollera escondiendo una presumible calva que aún mantenía algunos pelos blancos que desbordaban encima de las orejas y en el cogote.

En su rostro, mal afeitado como el de los abuelos que olvidan rasurar partes de su rostro tal vez por mala visión o por temblores del pulso que dificultan la labor del afeitado, que se ve surcado por arrugas profundas y pliegues y pellejos de piel flácida, sobresalían dos ojillos pillos de pupilas extremadamente claras, en su juventud posiblemente de un color azul cielo manso y sincero pero penetrante si la vista se fijaba en algo o alguien concreto. Un pequeño velo parecía cubrir esos ojitos listos e incisivos, al modo de las cataratas de muchos de nuestros ancianos, y esa mantilla le daba una apariencia de paciencia y bondad infinita.

El primer día, cuando alcanzaron las agujas del reloj las seis y media y algunos minutos más y el viejo se levantó cansinamente y por la puerta se marchó en solemne y humilde silencio, le pregunté a Reme, la empleada de Rafi en “El Coto”, si alguna cosa sabía del abuelo ya que se me había despertado un enorme interés por conocer cosas de la historia del anciano.
Ella fue la que me indicó que era muy conocido en todo Tarancón y sus alrededores por el sobrenombre de “Tío Lejía”, y que ese apodo pesaba tanto que pocos conocían su nombre verdadero.
Ella me dijo que ese sobrenombre obedecía a que el hombre se ganó la vida con una fábrica de lejía que fundó hacía muchos años, y que eso le dio suficiente dinero como para mantenerse a sí mismo y a su mujer, y que hoy en día subsistía gracias a los beneficios que obtuvo, a su jubilación, con la venta de su fábrica a su empleado más fiel y próximo, que atiende al nombre de Pablo el Zarzeño , por ser su madre de Zarza de El Tajo, aunque él es de Leganiel.

Su mujer, ahora que la mencioné, se llamaba Rosario Álvarez Muñiz y nació como Baldomero en 1920, pero en el mes de abril. Estuvieron desposados durante sesenta y seis años, y si a ellos le añadimos cuatro más de noviazgo resultará que estuvieron juntos durante setenta años.
No averigüé que hizo en su vida su mujer, porque hijos no le dio al “Tío Lejía”, pero sí sé que lo enamoró hasta las cejas, porque Baldomero me dijo que a su lejía la bautizó como Rosita, “Lejía Rosita”, en honor de su mujer.
Tampoco sé si eso fue por la corrosión que la lejía le debió provocar y que se asemejaba a la que algunas mujeres causan en algunos hombres (y viceversa también) o bien por el enorme amor que por ella sintió toda su vida. Creo que el nombre de la lejía obedeció a su pasión por su mujer, al corazón de terciopelo que ese hombre rudo y duro de la meseta albergaba en su corazón.
A ella, me dijo, siempre le fue fiel, tal vez no con el cuerpo, lo cual no es más que una cana al aire sin mayor importancia porque desfogarse es de necesidad para el pertinaz currante, pero sí con la mente, que es lo importante en el hombre y en general en el ser humano.
Enorme reflexión de un hombre bueno que amó y supo amar.

El “Tío Lejía” fundó su empresa en 1950 y durante los primeros catorce o quince años recorrió con su furgoneta todos los pueblos de Albacete, Madrid y Cuenca, y añade Asturias, pero me permito una duda porque eso no cae por estos aledaños y su edad, noventa y cinco años que no cuadran porque si es del 1920 va para los noventa y cinco y tiene ahora, por tanto, noventa y cuatro, le permite algún que otro desliz.
Comenta Baldomero con un orgullo impropio de los tiempos en los que estamos que en todas esas correrías diarias por Castilla jamás tuvo el más mínimo incidente con otro vehículo o peatón alguno. Dice él que tuvo suerte, mucha suerte, y yo le digo que la persistencia en la fortuna no existe, que eso se debe a la pericia o la prudencia en la conducción y que eso hay que anotarlo en su haber, pero él, erre que te erre, dice que no, que tuvo mucha suerte, que fué afortunado.
En su viajera furgoneta llevaba, me explica, un cartel rotulado con el título de “Tío Lejía” y por eso así se le conoce en todos estos pueblos, poblachos y villarejos que visitaba para vender la “Lejía Rosita”.
Insiste en ello haciéndome saber que ni una sola denuncia tuvo en todos sus años de conductor de su furgoneta. Orgullo castizo de hombre de apariencias ásperas pero corazón de algodón.

Le pido, a gritos, claro, que me cuente alguna anécdota.
Se resiste porque es tosco y romo en la expresión.
Le invito a un vino para que suelte la lengua, pero lo rechaza diciéndome que para él ya no sin tiempos de vinos.
Pero de golpe, inesperadamente, me suelta que en una vez, en el Puente de Arganda, cuando regresaba de vender su producto en Madrid, le detuvo la Guardia Civil o la Policía, ya no recuerda, porque en la capital habían matado a un general o a un preboste capitalino (Carrero Blanco desfila con la timidez de la muerte por mi cabeza), y que al ver en el rótulo que portaba en su furgoneta que él era el “Tío Lejía” lo dejaron pasar sin molestarlo mas, y eso a pesar de que transportaba un peligro llamado cloro y sin el correspondiente permiso para transportar esa peligrosa mercancía.

Después se calló, como un sepulcro.
Reposó, o eso me pareció..
Descansó porque hablar le cuesta esfuerzo.
Y hacer memoria más.
Sus ojos escudriñaron en su propio interior. Parece que buscaba algo en sus recuerdos que son sedimento en algún lugar de su cerebro.
Miró fijo al frente, a un lugar indeterminado, y se arrancó de nuevo con otra anécdota que me señala fue importante para él.
Se carteó y se fotografió, en un tiempo y por escaso tiempo, con el Obispo Inocencio Rodríguez, de Cuenca. Eso, a su juicio, pocos podían explicarlo. Rió suavito y se le inflamó un algo la vista pilla  con su velo azulado sin poder disimular su orgullo.

Después de esta confesión íntima, y mientras el “Tío Lejía” parecía haberse sumido en un estado de letargo, Reme, la camarera, me comentó que un cliente habitual de el Coto, Antonio, podía explicarme cosas de Baldomero, y además darme la referencia del “Tío Ramiro”, gitano que viste de negro y usa sombrero tipo bombín también negro, posiblemente porque trabaja en calidad de no sabe qué en una de las dos funerarias de Tarancón.
Me dijo que lo encontraría con facilidad en su ruta habitual de bares, concretamente en el Keller, el Havana y el Bar Antonio, todos ellos en la Avenida Miguel de Cervantes, arteria comercial y principal de la población.
Decidí que al día siguiente buscaría al “Tío Ramiro” para conocer otros aspectos de la figura y la vida del “Tío Lejía”.

Y así lo hice, pero tuve uno de esos días en que uno llega tarde a todos los sitios.
Empecé por el Bar Keller, y allí, Juan Ramón, un madridista confeso al que exasperé durante un breve rato declarando mi amor por los colores blaugrana y mi desprecio por el equipo de color blanco y el preferido por el dictador, me dijo que llegaba cinco minutos tarde, pues el “Tío Ramiro” hacía exactamente ese tiempo que había marchado del Bar. Pero que posiblemente lo encontraría enfrente, en el Bar Havana.
Así que dejé de molestar con mis declaraciones antimadridistas y mi fiebre culer y me dirigí con premura al Havana.

La señora tras la barra que me atendió me dijo con cara algo apenada que no hacía ni cinco minutos que el “Tío Ramiro” había estado allí tomándose su vino tinto, pero que ya había partido y que con toda probabilidad lo hallaría en el “Bar Antonio”, saliendo a la calle a la derecha a escasos metros.
Tras darle las gracias y comentarle que estaba llegando cinco minutos tarde en mi persecución del “Tío Ramiro”, me fui veloz al “Antonio”.

Allí se repitió la historia. Hacía cinco minutos que había partido, casi con toda certeza al mercadillo de los jueves, en el barrio extremo de Corea.
Me señalaron cómo llegar a Corea, ya que ni mentarlo había oído en mi estancia taranconera, y después de visitarlo, comprar un kilogramo de aceitunas en salmuera de Campo Real para el Bar “El Coto”, para consumir yo mismo junto con Rafi y Reme, no conseguí dar con el “Tío Ramiro”, por lo que abandoné mi misión porque estaba cada vez más claro que si alguien me indicaba como toparme con él, yo llegaría a la posible cita cinco minutos tarde.

Antes de mi expedición, el día anterior, por la ruta de los Bares del “Tío Ramiro” y del barrio de Corea y su mercadillo, el “Tío Lejía” decidió, desde su ubicación en la barra de “El Coto”, recogerse, y para ello abandonó su taburete, agarró su bastón, y, como siempre, sin decir nada, se encaminó hacia la puerta para dirigirse a su Casa Tutelada, que es donde habita a la espera de limpiar con su lejía la casa que Rosario tiene en el cielo desde hace seis años, porque ella le está esperando, a él, al “Tío Lejía”, que tanto la quiso que a sus noventa y muchos años todavía conserva pelo blanco que asoma bajo la gorra, porque lo que se dicen canas, esas canitas que a veces se echan por ahí, pocas, pocas echó Baldomero.

Yo también me levanté para ir a esperar a mi hijo, a su mujer y a mi nieta para cenar, y mientras recorría el breve trayecto del Bar “El Coto” a la casa de mis hijos me descubrí silbando el estribillo de “El puente sobre el río Kwai”, que no sé por qué razón y desde hace mucho asocio al optimismo.

Desde este atardecer esa música, por siempre, será la del “Tío Lejía”, y recordaré su sonrisa de caramelo cuando antes de alcanzar la puerta de salida del Bar se giró hacía mí, levantó un brazo a modo de saludo de despedida y empezó su lento caminar hacia su Casa Tutelada, donde le aguardaba la cena, la cama y su almohada rellena de dulces recuerdos de su Rosario Álvarez Muñiz, que dió nombre al producto con el que se ganó la vida y a él la vida entera le regaló.


P.D.: Hoy, domingo, 19 de octubre de 2014, desayuno en el Bar “El Abuelo”, de Tarancón. De pronto se me acerca un hombre que se identifica como Mariano, y me dice que sabe que estoy interesado en conocer cosas del “Tío Lejía”, y me dice que lo sabe porque en los pueblos todo se sabe. Que la semana próxima me llevará a conocer a Pablo “El Zarzeño”, porque él conoce todos los detalles de la vida del “Tío Lejía”, e incluso tiene algunos recuerdos físicos de los años en activo del Tío, y que está dispuesto a entregárrmelos ya que le emociona que un forastero como yo se interese por su exJefe, exSocio y siempre Maestro en el arte de fabricar lejía.
Quedamos que nos buscaremos antes de que yo regrese a Barcelona, y después de darme la mano y encaminarse hacia su puesto de parroquiano en la barra caigo en la cuenta de que lo que suena en esos momentos en el hilo musical de “El Abuelo” es la música silbada de la película “El puente sobre el Río Kwai”.

Estoy seguro de que es el “Tío Lejía” quien ha hecho sonar esa música en ese preciso instante, y que escondido donde esté sonríe cansinamente mientras le brillan esos ojillos traviesos de un azul celeste remanso de paz.

sábado, 18 de octubre de 2014

La vida es una broma.


Esta mañana he tenido una reflexión real.
Real porque ciertamente que la he tenido, y también real porque de la realeza trata la reflexión.
La inspiración me ha sobrevenido leyendo las noticias de la prensa del día.
Y la noticia que llamó mi atención hace referencia a la casa real del Principado de Mónaco.

¡ Mira que a esa gente le pasan cosas raras !
El Príncipe Rainiero se casa con una bellísima actriz, Grace Kelly, y aparecen a ojos de todo el mundo como una pareja de ensueño, feliz y enamorada, capaz de renuncias personales por amor.
Pero resulta que ella, tras concebir y parir a tres querubines divinos, dos chicas y un chico, se mata en un accidente de coche que jamás ha sido aclarado convenientemente (¿conducía ella o la bella Carolina, y si conducía la princesita, en qué condiciones lo hacía?).

Las dos hermosas princesitas, conforme crecen y se desarrollan, físicamente, quiero decir, porque lo otro ya presenta más dudas que no son ahora objeto de esta reflexión real, dan mucho que hablar por sus salidas de tono y, como diría la conservadora sociedad de un país real, resultan un poco ligeritas de cascos, lo cual llena de noticias del Principado y sus miembros reales las páginas de la prensa rosa, y en algunas, bastantes, ocasiones, rosa oscuro tirando a negro.

El principito, Alberto, muy mono él, tan mono que en su día se discutió y comentó largo y tendido sobre sus tendencias sexuales, no consigue encontrar pareja, lo cual en sí mismo no tiene ninguna importancia, pero en el caso de una familia real sí la tiene, porque de él y de su pareja tiene que surgir el heredero de la corona.
Después de mucho tiempo el bello Alberto, ya algo menos bello porque se nos pone algo gordito y se queda algo calvito, contrae matrimonio con una guapa plebeya, Charlene, y tras muchos comentarios acerca de sus crisis y desavenencias matrimoniales, la rubia guapa y elegante se queda preñada, por lo que el ya madurito Alberto dará continuidad a la saga real monegasca, lo cual constituye una Gran Noticias para los asuntos reales.

Pero hete aquí que esta realeza no cesa en sus devaneos con el surrealismo, y ella anuncia que espera gemelos, lo cual crea un estado de ansiedad a todos los súbditos del Principado, que en este caso serán unos cuantos que medran por los recovecos palaciegos, porque al resto es fácil imaginar que el tema sucesorio se la debe traer al pairo.
¿Y por qué esa ansiedad?
Pues tiene fácil explicación.
Si son dos varones los que Charlene pare, ¿quién es el mayor y por tanto el heredero al trono del Principado?
Unos dicen que el primero en salir del útero materno es el mayor, pero otro sostienen que el que sale último es en realidad el mayor porque fue concebido antes, y por eso se sitúa al fondo del claustro materno.
Así que, ya tenemos un nuevo dilema.

Sin embargo, si salen un varón y una fémina, no hay problema, porque Mónaco, al igual que todas las monarquías al uso siguen siendo machistas. El heredero es el varón y ella que se aguante y conforme con el título de Princesita hermana del opositor real y por derecho propio al trono.

Y si lo que pare la bella rubia que ya va entrando en años son dos hembras, pues liada la tenemos, porque además de que los legisladores deberán trabajar un poquito para parir una nueva Ley que permita o facilite el reinado de una mujer, recuperamos el primer problema ya planteado,  esto es, ¿quién de las dos hermanas es la mayor, la que sale primero o la que sale última por ser concebida con anterioridad a la otra?

¡ Mira que era fácil haber sido un Alberto no tan mono y con claras y reales tendencias por las del otro sexo, casarse cuando corresponde (en la veintena o máximo en la treintena), y parir varios hijos, y entre ellos un varón, para acabar con los problemas sucesorios y así dejar a Rainiero proseguir con sus depresiones nacidas a la muerte de la bella Kelly y transmitidas en forma de jolgorio y frenesí a sus descendencia !

Es eso lo que me ha hecho reflexionar y concluir que la vida es, realmente y nunca mejor dicho en este caso, una broma.
Lo que no sé todavía es si esta broma es de buen o de mal gusto.

jueves, 16 de octubre de 2014

Un chillido lastimero de El Grito de la Lechuza.

 
La Lechuza ha proferido un penetrante, lánguido y mortífero chillido de una angustia inmensa.

La causa del mismo es el siguiente pensamiento que ha cruzado su cabeza: si en los pleitos y discusiones internas del Partido Popular Rodrigo Rato se hubiese impuesto a  Mariano Rajoy, lo cual no era mucho suponer ni mucho arriesgar en las apuestas políticas dado que era el delfín de José María Aznar, hoy sería Presidente del Gobierno de España.

Interpreto por delegación el pensamiento de El Grito de la Lechuza: el hombre que arruinó Bankia, que medró en el Fondo Monetario Internacional, y que se benefició de las Tarjetas de la Vergüenza/Desvergüenza de Caja Madrid (dejémonos de eufemismos al estilo black y/o tarjetas opacas) por menos del canto de un duro sería hoy en día PRESIDENTE DEL GOBIERNO DE ESPAÑA !!!

Sólo esta posibilidad, tan real como la vida misma, ha provocado esa reacción en el Grito de la Lechuza, convirtiendo el Grito en ese chillido lastimoso.

Pero no es esto lo que más preocupa al Grito de la Lechuza (y por contagio o mimetismo a mí mismo): lo que más preocupa a la Lechuza es que nadie se escandaliza ni nadie pone el grito en el cielo.
Nos resbala un poco pensar que ladrones, chorizos, timadores, corruptos, oportunistas, y estafadores alcancen lo más alto de la gobernancia patria, y  eso por qué: porque nos hemos acostumbrado a esta mierda y a este horror de la corrupción.
Las ratas no huelen la mierda porque viven en ella.
Pues nos está pasando lo mismo.
Somos los españoles unas ratas acostumbradas a la mierda y a los malos olores que despiden los que nos gobiernan desde todas las instancias: las centrales, las autonómicas, las provinciales, las regionales, las del pueblo que habitamos y la de la más pequeña organización que tiene incidencia en nuestras vidas.
Es esta capacidad de adaptación y de condescendencia la que preocupa a la Lechuza (y a mí, por extensión).

Reaccionemos. Salgamos a la calle, y exijamos que esa gente se largue donde no se les pueda encontrar, y seamos, por una vez en la historia de este país cainita, magnánimos y no nos dediquemos a pasarles factura sino a construir otra sociedad  y otra forma de convivencia basada en otros principios y en otras prioridades.

Hagámoslo antes de que sea demasiado tarde, porque hasta las ratas de cloaca mueren y se pudren. Que no se pudran los anhelos de los que tenemos la voluntad de vivir en un mundo mejor.

Unamuno regresa siempre, como cuando dijo, al ver la España de sus días, “¡Qué país, qué paisaje y qué paisanaje”.
A nosotros nos toca pasar la escoba por este país, por este paisaje y por este paisanaje.

viernes, 10 de octubre de 2014

Uñas, pico y plumas de águila.


“El águila es una de las aves de mayor longevidad. Llega a vivir setenta años. Pero para llegar a esa edad, en su cuarta década tiene que tomar una seria y difícil decisión.

A los cuarenta años, sus uñas se vuelven tan largas y flexibles que no puede sujetar a las presas de las cuales se alimenta. El pico, alargado y en punta, se curva demasiado y ya no le sirve. Apuntando contra el pecho están las alas, envejecidas y pesadas en función del gran tamaño de sus plumas, y para entonces, volar se vuelve muy difícil. En ese momento, sólo tiene dos alternativas: abandonarse y morir, o enfrentase a un doloroso proceso de renovación que le llevará aproximadamente ciento cincuenta días.

Ese proceso consiste en volar a lo alto de una montaña y recogerse en un nido próximo a un paredón donde no necesita volar y se siente más protegida. Entonces, una vez encontrado el lugar adecuado, el águila comienza a golpear la roca con el pico hasta arrancarlo. Luego espera que le nazca un nuevo pico con el cual podrá arrancar sus viejas uñas inservibles. Cuando las uñas comienzan a crecer, ella desprende una a una sus viejas y sobrecrecidas plumas.
Y después de esos largos y dolorosos cinco meses de heridas, cicatrizaciones y crecimiento, logra realizar su famoso vuelo de renovación, renacimiento y festejo para vivir otros treinta años más.”


Esta mañana he recibido este magnífico cuento de una extraordinaria amiga que conocí a los pocos meses de que mi vida sufriese muchos cambios, y todos ellos bruscos e inesperados.
Su compañía, su cariño y su rápido conocer las interioridades de mi mente y de mi espíritu me ayudaron a sobrellevar mis angustias y desesperos en momentos en que me urgía el aire fresco para que ventilase mi cerebro, mi cuerpo y mi vida entera.

Su enorme facilidad para leer mis situaciones, mis momentos y mis temporadas (¿o será que soy de fácil comprensión dadas mis escasas capacidades intelectuales? No, ni me voy a menospreciar ni le restaré méritos a ella) han hecho que hoy, en los inicios de lo que no sé en que devendrá aunque lo intuyo porque es lo que deseo, me remita este cuento que leyó, me dice, hace unos quince años, coincidiendo con un período de su vida en que también precisaba de cambios sustanciales.
Le gustó, imagino que le ayudó a su comprensión de hechos que a veces suceden y escapan a nuestro dominio, y por eso me lo envía con el simple deseo de que me guste. Y eso me gusta, porque hay momentos en los que excesivos consejos, demasiada sabiduría y profusión de recomendaciones me agobian y me desazonan y su invasión de mi ser provoca en mí efectos contrarios a los que entiendo busca aquel que dice que así actúa porque me aprecia. Sólo me dice que espera que le guste.
Así está bien.
El resto, yo lo decidiré.

Pero su iniciativa es de nuevo porque me lee y creo que me comprende bien.
Afronto una época en que muchas cosas deberán cambiar en mi vida, unas por que las deseo y otras porque me convienen.
Y no es fácil.
Nafa fácil porque son ya muchos años viviendo de otros anhelos, de otros suspiros y deseos, de otros sedimentos que dan consistencia a una vida. A una forma de vida y de aspiraciones de cómo vivir la vida.
Y ahora que sobrevendrá el cambio, son momentos de soledades inabarcables.
Son las soledades que acompañan siempre mi vida. Y de las que preciso para reafirmar mi singularidad.
Son las soledades semejantes a los momentos que acontecen cuando estás en el prefacio de la comunión con otro cuerpo para instantes después fundirte en él, cuando todo promete porque queda el deseo suspendido, cuando estás sin entenderlo en exceso presente y ausente, y después, cuando los sudores y el ardor de la relación finalizan, te invade una soledad abismal que no es más que la confirmación de tu individualidad, por mucho que la sintonía haya sido de embriagadora felicidad.

Desconozco la fase del águila en la que estoy.
O no.
Creo que estoy en la búsqueda del cobijo del nido en el que no necesito volar, que en mi caso es mostrarme a mí mismo en frenética actividad. En el frenesí que me acompañó en mis años de vendedor de estrategias e ideas de publicidad para que otro vendiese más y mejor y yo llenase unas huchas que eran de las del antiguo barro cocido que al romperse se vaciaban en el desparramarse del consumo sin excesivo control porque ya otro cerdito se llenará con la próxima campaña de éxito comercial.
El nido está identificado.
En la montaña.
Alejado y próximo al laberinto de histerias que fue mi vivienda durante los años de la velocidad por llegar a destinos que no importaban, porque sólo era atractivo llegar a lo que otros me demandaban y que muchas veces eran ajenos a mis necesidades y anhelos reprimidos.
Me acompañó una mujer que era un ángel de plumas majestuosas y que partió para que sus bondades alcancen a otros que las precisan más que yo. que las valoré más en la ausencia que en la presencia por la fiebre del triunfo engañoso.

Después vendrán el pico y las uñas y las plumas, que no sé cuando será, pero ahora no importa porque la velocidad ya no me interesa ni quiero que incida en mí en la nueva fase que inicio porque ahí me llevaba el vuelo de mis míseras alas y también mi deseo de reconstrucción en estadios que me eran lejanos y que ahora serán la fuente de la que deseo beber.

Tampoco fijaré objetivos de ciento cincuenta días como el águila del cuento, porque entrarían en contradicción con el nuevo estilo que busco para apaciguar mis interioridades. El tiempo dirá cuánto necesito para encontrar eso que ahora anhelo.

Podría explicar muchas más cosas que abundan en mi corazón y que pugnan por florecer, pero mientras acondiciono mi cobijo en una etapa previa de cuidados imprescindibles para que mi físico me permita una vida apacible, deseo pedir disculpas por este tanto hablar de mí que no debe tener presencia importante cuando de nuevo vuele con uñas, pico y plumas de águila de los vientos y los aires frescos de las montañas.

Amiga mía, amiga que ya fuiste y persistes en ser águila, parece, te decía esta mañana, que nuestros caminos se cruzan hoy obstaculizando la cercanía física, pero pienso que esa es también una manera bella de encontrarnos.

jueves, 9 de octubre de 2014

La luna del cazador.

 
Esta noche, la de ayer y la de hoy y alguna noche más, es luna llena, que es la luna de octubre y es conocida como la Luna del Cazador, porque inicia la temporada de caza en este país de piel de toro de cazadores y cazados.

Yo no saldré a cazar porque en mi vida he empuñado un arma de fuego y menos he disparado un tiro, porque hasta me libré del servicio militar porque no me dio la gana hacerlo, porque ni aprecio la disciplina castrense ni tengo sentido de patria alguno, y para ello organicé la dios, para escaparme de cumplir mis deberes militares, y lo hice con trampas y falsedades de las que no siento orgullo pero que en esa ocasión me dieron buen resultado.

Sí es cierto que algún tiro embustero disparé, como los de la Fiesta Mayor de la población del Maresme en la que pasaba el estío y en otras de los alrededores, pero no era por disparar nada y acceder a premios por dianas logradas sino por disfrutar del delantero y el trasero de la chica del puesto de tiro, que además de gozar de abundancias vestía como sólo a las mujeres de las Ferias les estaba permitido en aquel país cutre de los años sesenta y cerrado por Santiago y por golpistas de mentes parcas y obtusas.

Pero ahora que me detengo en lo que escribo y divago en la nube de mis pensamientos creo que sí saldré a cazar estos días de la Luna del Cazador.

Saldré cuando la luna esté colgada del cielo para cazar el amor y el humor, para cazar sonrisas y risas, también armonía y concordia, cazaré la lealtad y la amistad, caminaré bajo la luna por los anchos campos de Castilla y en la penumbra cazaré dulzura y suavidad, buscaré en la luna la humildad y la bondad, la transigencia y la benignidad, apresaré la ternura y la pasión y el afecto y el cariño, y como experto cazador husmearé la paz y la tranquilidad, el sosiego y la calma.

No soy cazador porque jamás arma de fuego empuñé ni aparejos de caza utilicé, pero me esforzaré en cazar sensibilidades y humanidades y solidaridades y, por encima de cualquier presa, cazaré libertades.

Vagaré en esas breves noches de la Luna llena del Cazador con la fuerza y el brío y la ternura de aquel toro de Carlos Castellano que se enamoró de la luna y que abandonaba por las noches la maná, y que tan equívoco era su ser que hasta su hacedor y quienes le glosaron, como Joselito o los Gipsy Kings no clarificaron si su nombre era Campanero o el nombre era el de su Mayoral.

Deambularé en la noche de la Luna del Cazador como ese lobo de José Agustín Goytisolo que era un lobito bueno y aullaba a la luna llena para que todos los corderos no lo maltratasen y no hiciese falta soñar con un mundo al revés.

Vagabundearé bajo la Luna del Cazador cuando su color sea el del fuego, justo antes de mutarse en luna de plata, para que esa luna lunera cascabelera vaya y le diga a mi amorcito que por dios me quiera.

Y ni la tempestad, el viento o la lluvia que arrecia en estas tierras con furia y saña visigoda me detendrá en mi empeño de cazador de ilusiones.

Bajo la Luna del Cazador apresaré la libertad del toro solitario,
del lobito bueno y la bruja hermosa y la luna de fuego y plata de octubre
guiará hasta mi alma a mi amorcito.

martes, 7 de octubre de 2014

Día y cuerpo desangelado y un pie con zapato beig.

 
Hace un par de días hacía un día desangelado y algo desabrido.
Si te ponías un jersey tenías calor y si te quedabas en mangas de camisa sentías algo del frío, presagio de un constipado.
Y en otoño constiparse es malo, y lo puedes coger con y sin abrigo, así que acertar si jersey sí o jersey no no es tarea sencilla.

Mi cuerpo también estaba en esa extraña situación, estaba como “despacotado”, que es lo mismo que expresamos cuando a los que llamamos Ángel decimos que están desangelados.
En eso divagaba mi mente distraída. En esos juegos de letras que intentan pegarse a otras para buscar significados o simplemente para encontrase y jugar.

Acababa de firmar en el Notario con complejo de cantante gallego llamado Camilo Sexto la venta del piso de Barcelona que habité treinta y siete años, y en el que conviví treinta y dos con la mujer que combinaba el rojo otoñal y el verde de la primavera en maravillosa armonía, y algo más de cinco con mis demonios, mis fantasmas, mis añoranzas y desasosiegos consentidos y mis lágrimas esquivas, y también alguna noche, pocas noches, con alguna mujer que gusta de diluirse y licuarse en sus propias incomprensiones y enigmas, pero que es adorable. Esa firma me había azorado el espíritu durante las últimas semanas del mes de septiembre y los primeros días de octubre.

Mi cuerpo en ese momento estaba en el Bar TREZE de Sarriá, lugar que convertí en mis últimos meses sarrianencs en lugar de encuentro, de simple estancia y meditación en ocasiones y de turbación y embelesamiento en otras.
Mi mente estaba arrobada y enajenada en la nada.
Mi mente no pensaba porque vagabundeaba en aquello que con libertad aparecía para posarse algunos instantes en alguna zona de mi cerebro errante.

Y entonces mis ojos se citaron casualmente en la mesa contigua que acogía a un hombre y a una mujer que en compañía de sus respectivas tazas de café dialogaban entre ellos.
Pero no me interesó ni la cara ni el cuerpo de la mujer ni el porte de su compañero.
Me cautivó el balanceo de un pie de talón desnudo de la mujer mientras permanecían resguardados los dedos en el interior del zapato de color beig con tacón.
Movimientos arriba y abajo, lánguidos y lentos, parsimoniosos, cadenciosos, cimbreantes en ocasiones, seductores siempre, que obnubilaron mis pensamientos y me transportaron a una adolescencia en la que mis primeras liberaciones sexuales las produjo el tacto del pie de una mujer también adolescente.

Los años transcurridos me dicen que cuando mi mente se nubla de recuerdos y se detiene en esas experiencias reconoce que ese pie me arrebató porque era la única autorización que concedía aquella joven en los roces y contactos que mi fulgor pretendía aplicar a otras zonas que siempre me fueron vedadas.

En aquella época llegué a pensar que me había enamorado del pie de una mujer que ya apuntaba a excitar otros partes erógenas de sus acompañantes.
Yo me quedé sólo con su pie seguramente porque lancé una ofensiva precipitada y prematura, pero eso ayudó al desfogar de mi pubertad y sobre todo a incrementar mi respeto atávico y reverencial por el cuerpo de la mujer.

Con la contemplación ensimismada del balanceo del pie de la mujer del TREZE de Sarriá todo entró en calma.
Mi mundo calmó y mi corazón se extasió.
El alma se me amodorró y todos mis músculos se relajaron como el caramelo líquido que moldean las manos de los artesanos del dulce de azúcar.
Sobrevino el silencio.
Sólo el zumbido del silencio en el tímpano exhibía su presencia.
Mi mente me decía con timidez y en un arrullo que en los prados y en las montañas y en las aguas de los ríos y de los mares la vida y la muerte seguían su curso normal, pero yo estaba fuera de ello, a salvo, a solas con el objeto del deseo de mi juventud.
Mientras el silencio se hacía notar, yo persistía en mi anonadamiento.
Porque yo y todo lo que me rodeaba estaba en silencio.
La conversación del hombre y la mujer de la mesa contigua era inaudible y sólo se apreciaba el movimiento de unos labios ilegibles para el mudo.
Yo permanecía arrebujado en el silencio.
Aletargado.
No había ni siquiera ruido interno en el columpiarse de mis pensamientos desordenados porque estos eran apaciguados por el balanceo del pie en la punta del zapato de tacón beige de la mesa contigua.

Sólo se movían silenciosas mis pupilas al seguir el ritmo sigiloso del bellísimo pie de la mujer y su zapato beig.

Sólo iniciaban, muy lentamente y sin ruido alguno, movimientos mi cajón de recuerdos ancestrales que veían en la mesa de al lado el pie de la chica adolescente de mi pubertad que excitaba mi enardecimiento de adolescente.

El día seguía desangelado pero había perdido la aspereza.
El día ya no era desabrido.
Se acercaba el atardecer y venía con la calidez del tacto de la piel del pie del pasado y que aún podía identificar en los dedos y la palma de mis manos.
Maravillosa armonía que se licuaba en mis recuerdos de imprecisiones y enigmas.

P.D.: No ofrezco al lector el nombre de la mujer que amainó mis primeros impulsos de juventud, pero a aquel que guste de jugar con las combinaciones que permiten las letras y por ende las palabras no le resultará excesivamente difícil hallar el nombre de esa hembra calmante de mis ímpetus y ardores juveniles.