miércoles, 9 de julio de 2014

La monja.


En el desguace de mi casa, en el que me ha ayudado mi bolchevique esta mañana (es una ucraniana que me hace la limpieza y me plancha las camisas una vez a la semana) me he encontrado con un crucifijo de plata con un Cristo bastante guapo grabado en la cruz.

No sé por qué motivo me lo he guardado en el bolsillo del pantalón.

Esta tarde he ido a la papelería que está debajo mismo de mi casa (mi ex casa en realidad, porque ya está vendida, pero que habitaré hasta el quince de septiembre), porque la mudanza me está costando dios y sin ayuda, a comprar más cajas para meter libros y más libros, y me he encontrado con una monjita chiquitita y viejita pero muy bonita y con un habla acaramelada y dulzona y melosa y pausada, y mi mano ha dado con el crucifijo en mi bolsillo, y he decidido que era un regalo para la monjita.
Tal vez mi alma sabía esta mañana que a la monjita me encontraría.

Le he dicho que no me preguntase por qué la obsequiaba ni me hiciese pregunta alguna, ni siquiera mi nombre ni mi condición.
Sólo le he pedido que retuviese en su memoria ancianita mi rostro y que ella que cree, cada noche, cuando se vaya al descanso merecido, rece por mí, por mi alma destrozada y angustiada, pero que tampoco le iba a explicar por qué está así esa cosita sin sustancia ni perfil ni cuerpo que los humanos llamamos alma, supongo que para entendernos.

Ha cumplido la monjita vestidita de gris, con velo gris en su cabecita pequeñita de monjita bendita y bonita, porque el crucifijo ha recibido y su boca ha silenciado.

Únicamente al despedirse me ha dicho que no muchos rezos preciso porque un alma buena siempre está bien custodiada por su dios que no es el mío.
¡ Y de alegría me ha colmado !

La he besado en la mejilla y ha partido con la sonrisa dibujada en su carita de angelita sencillita.

Bonita monjita. Sí señor.
Reza por mí, Señora.

domingo, 6 de julio de 2014

Gitana. (Pensamientos de noche de habaneras en Calella de Palafrugell).


Yo conozco una mujer de tierra adentro que imagino en las noches de placidez de playa cimbrear su cintura de guitarra mientras eleva sus brazos al cielo y al calor  del fuego de la hoguera del ron, del fruto del café y la canela azucarada.

Es una gitana de morena piel de porcelana y besos del perfume de la rosa mosqueta y labios de la piel roja apasionada.

Mi gitana se adorna el cuerpo de baile y canta con su voz cristalina a la noche cerrada y desparrama por la arena su mirada felina de ojos caídos enamorados con el brillo de la luna lunera y cascabelera.

A esa gitana ribereña yo la deseo en la arena fina de la playa bañada por el agua del mediterráneo para besarla a la luz azul de metal bruñido de la costa del mar de mi tierra. Y buscaremos juntos su estrella, la que el Mar le concedió por su altanería de elegancia y dignidad gitana.

Quiero que baile desnuda y me salpique el salitre de su cuerpo entero para rociarla con la sal de la mar amansada de rayos de plata de luna y mis caricias de amor templado por el sol de la mañana.

Yo conozco a una mujer de tierra adentro que goza de alma y corazón de las fogatas del mar de las noches de San Juan, y que me entrega su candor en sus besos de rubí y caricias de gitana entregada con el contornear de su cuerpo que se enrosca en mi destemplado cerebro de enamorado.
Gitana de cuerpo de serpenteo como el nocturno vuelo de aleteo de la gaviota de las olas de la mar negra y oscura. Mar de petróleo. Mar de amores y sensaciones tibias de piel aceitunada.

Y cuando la luz rasgue nubes y cielos eternos amanecerá la desnudez de nuestros cuerpos de arena y sal y amor enternecido en nuestros labios pegados por una lágrima que se desplomó de nuestras pupilas hasta sellar las lenguas  de nuestros cuerpos entumecidos de nuestras humedades.

Después de cinco años de no ver tierra porque me lo impidió la guerra, que no era la de la Bella Lola, si no la de la muerte de mi amada, que no bailaba pero su melena mecía con la languidez de la mar salada, mi gitana acongoja mi alma necesitada.

Cuando haga el amor contigo, no dejes de mirarme, gitana mía, gitana ribereña, gitana de mis ensoñaciones, gitana de plata dorada por la luz platino y lejana de noche de brisa y polvo de estrellas.
Ojos de gitana. Piel de porcelana.

A ti te buscaré, sirena de tierra adentro, mientras me cantas con voz de plata una habanera, sirena.
Que tu voz no sea un lamento ni se te quiebre, sirena.
Que palpite y tiemble, mi gitana sirena, que yo nadaré entre las olas sin tristezas para quererte sin amores que lamentos penan.

Sirena de mirada gitana.
Sirena mía, amada mía.

viernes, 4 de julio de 2014

Ella.


Noches de sueño liviano con ella.
Sueños despiertos y despejados de somnolencia de cada noche con su compañía.
Sueños y sudores de ansiedad y congoja desde que ella se derramó sin lágrimas delatoras, sin lágrimas de la partida, sin lágrimas del desconsuelo.
Pero partió. Sin una lágrima. Ni oscura ni clara. Partió con sonrisa diáfana instalada en su bello rostro. Sonrisa rojiza de pelirroja enamorada.
Partió sólo con una cálida mirada que depositó en mis retinas para siempre, dulce y calentita, calentita y golosa, golosa y zalamera, de ensueños de quereres y amaneceres y atardeceres de abrazos y besos lentos como el agua de la lluvia de la primavera. También del otoño dorado.

Ella me quería tanto que casi olvido querer por la fuerza de ser amado.
Yo la amaba descorazonado, vomitando nauseas por no saber hacer más por ella. Ella que necesitaba que le cediese una parte de mi cerebro para eliminar sus tumores del tamaño de la castaña y la maldad del diablo.

Pero no sabía cómo se hacía eso por ella. Yo no podía aunque me hubiese mi cerebro extirpado sólo por ella. Por su melena. Por su ojos de mirada cristalina y noble, abierta. Por sus manos de uñas rojas del rubí y sus pechos inhiestos de bondad desparramada entre los que a ella la necesitaban. Ella, que no aprendió las dos letras del no para nadie y que yo intento imitar ahora que ella vuela entre las nubes volátiles de la paz.

Ella era el silencio que yo amaba y que no encuentro en estas horas de penuria y ausencia.
Ella era el remanso de paz que necesitaba y que no hallaba más que con ella, en sus brazos y enroscado en sus piernas y presionado por sus pechos cálidos y su piel del naranja enrojecido del melocotón del agua.

Embebido por sus besos.
Ella era la que me bañaba del verde primavera de sus ojos que era el del frescor de la hierba del rocío del amanecer con la luna en lucha por no marchar y del sol por ganarse su vida de cada día.

Ella era el sueño y el descanso que yo cuidaba cada noche con mi mirada abandonada en sus párpados cerrados y en sus labios húmedos de mis amores de rubí y perlas y nácar y pasión desenfrenada.

Ella me besaba cada noche con la tranquilidad del sosiego a punto de conciliar el sueño y me despertaba con el mesar amoroso de mi cabello.

Ella depositaba su sonrisa angelical en cada una de mis lágrimas oscuras.
Ella besaba algunas de mis sonrisas negras cuando la creación se me resistía y ahora roja de sangre de la ausencia en estos días malditos.

Ella era la transparencia opaca que yo amé año tras año de vida entrelazada. Transparencia que siempre era capaz de ocultar sentimientos profundos e insondables para mi pensamiento y para mi alma atormentada.
Ella era la opacidad transparente del misterio que solo tienen las mujeres bellas como bella era ella.
Transparencia que me regalaba en la risa diáfana que le contagiaba mis tonterías y mis juegos de amante amador de sus amores.

Ella era, porque así era, y por eso yo la amaba y así la quería.
Ella.
Ella.

Qué ausencias sin ella.
Siempre ella.
Por siempre ella.

Ella.

miércoles, 2 de julio de 2014

Crónica escandalizada de El Grito de la Lechuza.

 
La Lechuza estaba tranquilamente posada en la rama observadora de su árbol cuando yo fui a visitarla ayer por la noche.
Mi intención era tan simple como conocer su estado ánimo, y sobre todo, su visión de los últimos acontecimientos de nuestro mundo humano que no plumífero.
Observé una mirada melancólica de Lechuza entristecida, comprobé ciertas turgencias abochornadas en su robusto pico lechuguino, noté plumas envejeciendo por canas imposibles de disfrazar y esconder, y confirmé esas malas impresiones cuando conseguí arrancar un solo comentario de su voz en hilo que a duras penas surgía de su vocalidad.

Y eso me dijo y esto transmito, textualmente:
“El argumento exculpatorio que la defensa de la Infanta Cristina acaba de presentar en los Juzgados es que la señora tiene escasos conocimientos de fiscalidad y que la economía doméstica era dirigida por su esposo Iñaki Urdangarín.
Como Lechuza que ya ni grita ni berrea porque me asola la tristeza confío en que el abogado de la Infanta, Miquel Roca i Junyent, fracase al igual que ya hizo con su Partido Reformista para más gloria de esa España que es Una, Grande y Libre y que a mí me la trae cada vez más al pairo”.

Y ya no conseguí sonsacarle ningún comentario más, porque cerró los ojos, suspiró y se durmió.
O hizo ver que dormía para que yo la dejase en paz con sus cavilaciones.

martes, 1 de julio de 2014

No me digas que sí lo sabías, porque no es verdad. (II)

 
Sabías que una Universidad de UTAH, en los EE.UU. de América, en el Departamento de mecánica de fluidos  se ha dedicado, a través de dos de sus especialistas, a calcular cómo deben mear, ¿orinar es más fino?,  los hombres para no salpicar el suelo?

Te recuerdo, amigo, que por la noche es muy importante, porque muchos, yo me encuentro entre ellos, vamos a orinar (hay que fino que soy!!!) descalzos y las desviaciones afectan al pie y es un engorro de madrugada.

Sabías que sus estudios acaban diciendo, después de variar la distancia y el ángulo de choque de la orina (entre nosotros, los cursis, el pipí, para entendernos) y concluyen que si meas a 38,1 cms. salpicas 967,74 cms. cuadrados?

Sabías que si te acercas a 12,7 cms. la rociadura es mínima y así salvas uno de los pies del desvío urinario o de fregar con papel higiénico el suelo, lo cual no deja de ser una cochinada?

Sabías que si en vez de mear, perdón, orinar (qué manía con ser excesivamente pedestre cuando el lenguaje nos faculta para decir las cosas de forma elegante), recto apuntas a un lado y hacia abajo, algo así como 30 grados de desvío de la línea recta, reducirás las salpicaduras en un noventa por ciento?

Sabías que nunca en un WC debes apuntar tu meado (uyyy, que burdo que soy) al agua que hay en el fondo porque la colisión entre un líquido y el otro crea más salpicaduras que un líquido contra la porcelana?

Sabías que la trempera marinera, que es trempera pero no verdadera, es amante de mear fuera del tiesto un día sí y el otro tambien? Bueno, eso sí que te acepto que lo puedas saber, porque ya estoy oyendo los gritos de GUARRO!!! de tu compañera, amigo.

Venga, no me digas que sí, que el resto sí lo sabías, que no te creo.
Ahora sí lo sabes.
Vale?

P.D. 1: Agradezco esta información a Quim Monzó, que publica detalles de meados en La Vanguardia y es profesor en la materia.

P.D. 2: Por tanto, y a partir de este momento, lleva siempre contigo un centímetro en tu bolsillo cuando vayas a mear, estés donde estés, camarada, y si puedes también un transportador de ángulos, para eso de 30º de desviación, ¿verdad, Quim?