Se me ocurre lo que se me ocurre muchos días y que es
acercarme a un Bar de mi pueblo que no es pueblo porque es un barrio de la
ciudad pero huele como si fuese un pueblo con la novela de Javier Calvo que
estoy acabando.
El Bar suele ser tranquilo y permite una buena lectura y si
la dejas haces de mirón o charlas con los camareros. Gente maja.
Me pido un orinal de cerveza. Tengo ganas de ahogarme un
poco en cerveza. Exagero. Es sólo medio litro. Igual me pido dos, dos orinales.
Un litro.
De pronto se empieza a llenar el Bar. Hasta los topes. Una
boda. Del padre del cocinero, que conozco después de muchas cocinas y comidas.
Cava para todos. ¡Viva los novios! Y más ¡ Vivan los novios
¡ y ¡Viva la madre que los parió!, y ¡Qué la fiesta no decaiga! y la lectura a
tomar por los traseros míos.
Me invitan a cava. Lo rechazo por que estoy con la cerveza.
Insisten. Digo que vale, que una copa, que ya me la tomaré. No pienso hacerlo
porque se alía con mi trasero y con aires que no son como los de hoy que vienen
del Norte.
Detrás de mi puesto en la barra oigo moquear. Después como
un llanto entrecortado. Ahora convulso. Más mocos. Pañuelos y ruido de fosas
nasales descargando. Me giro. Hay una mujerona grande como un búfalo que llora
y habla por el móvil. Tiene dos grandes granos de esos que no se quitan en una
mejilla. Los de la boda ni se enteran porque viva y viva y más vivas a todo lo
que se les asoma a la boca.
Como que ya hace rato que no leo decido girar mi cuerpo y le
pregunto al búfalo disfrazado de señorona si necesita algo, si le ocurre algo y
si yo puedo aliviarla. Llora ya tan ruidosamente que me levanto para que los de
la boda disfruten y no se enteren de los padecimientos de los demás, que ahora
no les toca.
Me acerco, le pongo la mano en el hombro y la miro con la
mejor de mis miradas tristes pero que contienen SOS y ella me mira y con voz
trémula y áspera me dice si me puede abrazar un momento.
Le digo que sí, qué le voy a decir, y me siento en un
taburete de esos que me duermen los pies porque me cuelgan y ella me coge por
la cintura y recuesta su cabeza en mi hombro.
No sé que hacer y no qué decir, así que le doy un beso
ligero en la mejilla que no tiene los dos grandes granos.
Me mira con ojos de pez acuoso, me coge la cara con sus dos
manazas y me planta un beso en el morro sonoro y baboso.
Me aturdo pero reacciono y le pregunto si ya está mejor para
prepararme la retirada y me contesta que sí y esboza una tímida sonrisa
acompañada de algunos aspavientos de su enorme cuerpo. La acaricio nuevamente
en el hombro y regreso a mi puesto de control en la barra.
Los dos camareros y el cocinero de tapas rápidas me miran
flipando y uno dice que cómo es posible que ligue con todas las mujeres que al
Bar acuden conmigo y por contestar digo que los hombres que comprendemos bien a
las mujeres rara vez tenemos que ver con ellas.
No se lo creen, pero es mi caso.
De vez en cuando oigo moquear de nuevo pero no me giro, no
sea que deba regresar al recibo de labios viscosos.
La boda sigue, y me traen más cava y les enseño que no he
probado todavía la primera copa, pero me dejan una segunda.
Pienso en qué es lo que hará sufrir al hipopótamo que
prosigue con el resoplo detrás de mí, cuando se me acercan dos embriones de
ejecutiva que no llegan a los treinta años y que en el interior del Bar
celebran una de esas horribles fiestas de Navidad y una de ellas me dice que si
me pueden morder el labio. Que están de Navidad y que las han retado en apuesta
a que besasen al tipo de la gorra y los pelos largos de la barra. Es decir, yo.
No añaden y feo porque el alcohol todavía no es excesivo y les rige la
prudencia.
Me quedo otra vez de color blanco suciote y les digo que si
me quito la gorra, que así les será más fácil. Y una primera y después la otra
me dan un pequeñito mordisquito en mi labio inferior. Ríen y se van. A eso de
un metro se giran y me dan las gracias efusivamente, y comentan que he estado
genial.
Yo pienso en decir que podíamos prolongar el mordisco un
rato más pero me callo para no ser hortera. Y viejo. Y fuera de lugar. Sonrió y
hago el gesto americano de tocar la punta de mi gorra que ya está en mi
pelambrera con el índice de mi mano derecha. Como a lo Bogart pero en mal
hecho.
Luego me siento ridículo.
Regresan al rato y me ofrecen una copa del vermut marca el
Morro Fi porque les ha parecido que el nombre era como a propósito para mí, y
yo les digo que parece que todos se han empeñado en que beba de todo y que
tengo que pasar un control de alcoholemia sin coche nada más salir del Bar.
Se ríen desproporcionadamente porque mi broma es una
chorrada y me dejan la copa.
Ya tengo cuatro en la barra, el orinal de cerveza casi sin
tocar porque no me dejan y es lo que me apetece, dos de cava y una de Morro Fi
que no me seducen, por lo menos hoy. Veremos como acaba la barra. Y yo.
Entra un representante de productos farmacéuticos que suelo
encontrarme en el Bar algún domingo después de misa. No. Yo no voy a misa, y el
representante no tiene pinta de hacerlo, pero la hora en la que nos encontramos
es la de después de la misa.
Me saluda contento y como si fuese una novedad y divertida
verme por ese Bar y le dice al camarero que nos ponga una tapa de ensaladilla
rusa y dos copas de Ribera del Duero que nos lo vamos a tomar juntos.
Desisto de explicar nada pero veo una solución a mí problema
cuando me pregunta si todas las copas frente a mí son mías.
Parece que tendré fortuna.
Le digo que no, que ya estaban allí, que lo mío es el orinal
de cerveza. Se descojona con lo de el nombre de orinal y llama al barman y le
dice que limpie la barra salvo la cerveza.
Salvado. Superaré el control de alcohol.
No le digo que en casa tengo preparada una tortilla de
patatas y que paso de ensaladilla para cenar porque entre los hurras y otras
expresiones de los de la boda es imposible hacerse entender. Da igual. Que
sirvan la ensaladilla. Haré ver que como algo y él se la zampará toda. Como
casi todos los domingos.
Entones detecto risas detrás de mío. Me giro y el mamut ya no llora. Se parte el pecho de
la risa y me pregunta si yo soy siempre así y le digo que no, que así son los
demás, que yo soy de otra manera. Ahoya ya se ríe no a pierna suelta porque
rompería el taburete pero ríe de verdad y más sonoramente que cuando hacía
mocos. Me mira y me lanza un beso. No lo devuelvo porque huelo peligro.
Sólo deseo largarme porque aparece el agobio. Quería leer y
degustar cerveza y casi me provocan una cogorza que no me apetece. Por lo menos
hoy.
La ensaladilla ha desaparecido. El representante me dice que
estaba muy buena, verdad. Afirmo. Me chupo casi toda la cerveza de un largo
trago y me despido. Y le doy las gracias por la invitación, porque lo paga
todo.
Con la mano le digo adiós a la dama que está descolocada por
las risas y los llantos y ella me lanza un silabeado y silencioso gracias, doy
una palmada en el hombro al representante y grito un adeu a los camareros que
me lo devuelven.
En la calle de
mi pueblo que no es un pueblo porque es un barrio pero huele como un pueblo
hace frío y se desliza ágil un poco del viento gélido del norte. Me gusta. Que
alivio. Regreso a casa. Podré leer aunque sea sin orinal.