Lo nombramos de muchas
maneras y en muchas ocasiones y existe bajo muchas formas y para muchas
aplicaciones.
Leo este verano relajado una
novela que menciona la costumbre tan hispánica e incluso latina y mediterránea
de pedir fuego para encender el cigarrillo y el apunte me seduce y me distrae
sin darme cuenta de la lectura y hace volar mi mente a pensamientos
deslavazados y desordenados sobre el fuego.
Pienso que el fuego es veloz
como la amnesia y también lento como el pasar de las horas ociosas.
Rápido para propagarse en el
monte y alcanzar la cima y veloz si corre en compañía del viento y lento cuando
capta la atención del sosiego frente al hogar en una noche fría de invierno y
el fuego trabaja poco a poco y sin ruido que no sea algún que otro chisporroteo.
Pienso en el sexo real del
fuego y no en el que la gramática dice de antecederlo con el artículo masculino
y pienso que el sexo es el femenino porque antes que abrasivo e incendiario e
indomable y rebelde y conquistador y guerrero y luchador es inteligente y
acogedor y sensible y cálido y paciente y sereno y también espiritual.
Y además el fuego tiene
voluntad porque es capaz de escoger y de elegir y tomar partida como las
hembras que también son solidarias como el fuego mientras el hombre contempla
sus logros y sus éxitos y exhibe su porte de orgullo y su pose egoísta.
Pienso en fuegos que han
merecido la fama y el reconocimiento y se conocen por su nombre como el que a
los cristianos les ponen en el bautismo de fuego que es el primer sacramento de
su religión y los dota con el don de la gracia y también el fuego eterno que
como casi todas las cosas infinitas son castigo ahora para las almas como las
de Sodoma y Gomorra que fueron por el fuego reducidas a cenizas y después para
las almas impías que destinan al infierno.
Y las lenguas de fuego del
día de Pentecostés que concedieron a los apóstoles el conocimiento de todos los
idiomas para que propagasen el nombre de dios por todo los rincones del mundo.
Y también eterno es el fuego
a la memoria del soldado desconocido como el del Arco del Triunfo de París
donde un borracho se orinó encima de la llama y apagó el fuego contribuyendo
con su meado a la perpetuidad del fuego de los caídos anónimos.
Pienso en el fuego etéreo que
es ígneo y sutil y primitivo y divino como dios y por eso otros lo conocen con
el nombre fuego celeste.
Y en el fuego fatuo de llamas
pálidas que andan por el aire bailando con las almas de los fallecidos en los
cementerios y en los osarios y en las fosas comunes donde moran muchos y que
aunque sean para gente común que son los más comunes de la gente también son
los huesos de almas de dios.
Y los fuegos artificiales que
son fuegos impostores y por ello el propio fuego se dedica a las fiestas
paganas de los cambios de solsticio y lanza llamas y chispas y humos que son
egocéntricos y exhibicionistas.
Y el fuego del mástil de las
embarcaciones de los marineros después de las tempestades o por la rudeza de
ese oficio que contagia a muchos de sus hombres y por eso fecundan a las mujeres
de los puertos de amarre que son sus bonitas novias de cada puerto.
Pienso en fuegos como el
revolucionario que era el de Rosa Luxemburgo y el olímpico que lo es del Barón
Pierre de Coubertin y el fuego michelin que es el de Ferrán Adriá y otros con
gorros blancos redondos y con plisados para las cabezas para evitar pelos en
sus fogones que ya tienen ricos manjares y los pelos no se deconstruyen o algo
que suena así para que tú no te enteres pero pagas y sí te enteras, y el fuego
inquisidor que aquellos bestias inspiradores del tirano del XX y de parte de
este país prendían para las brujas que eran las adelantadas de su tiempo y el
fuego burgués que es el de chimenea de piso en la capital de mármol y con fotos
familiares enmarcadas en la repisa.
Y también hay fuegos
traidores y fuegos lince y hay un fuego embriagador y dos importantes y algo
contrapuestos que son los fuegos del amor y el fuego de los celos y el fuego
del judío que surge de frotar con ansiedad y constancia las palmas de las manos
con todos sus dedos aunque algún amigo mío denomina a este fuego el de los
jesuitas por razones que conocemos los allí educados.
Pienso en los furiosos y
dominados por la ira que echan fuego por los ojos y en los imprudentes que
juegan con fuego y en las aldeas en las que labran a los animales con fuego
para señalar su propiedad aunque digan que es para el cuenteo y pienso en los
que están entre dos fuegos por dificultades y situaciones comprometedoras y en
los americanos del partido del elefante y sus armas de fuego que ahora están
con “Isaac” en Tampa.
Padilla es uno de los dos
protagonistas de la novela de Roberto Bolaño titulada “Los sinsabores del
verdadero policía” y en la pág.124 de la edición del Círculo de Lectores
licenciada por cortesía editorial de Ed. Anagrama, S.A. le dice a Amalfitano
que no existe en la lengua española frase más bonita que aquella que se emplea
para pedir fuego.
“¿Me das fuego?”
Frase hermosa y serena de
humilde complicidad.
Una de las pocas cosas que
puede llegar a poner de acuerdo a catalanes con madrileños y a estos con los
andaluces y a estos con los gallegos y a estos con los extremeños y a estos con
los catalanes y a estos con los del Levante y a estos con los asturianos y así
con todos.
Yo le comenté mientras leía
ese pasaje a Padilla que estoy de acuerdo con él que fumar comulga a los
hombres en las volutas de humo y abandonan su soledad sean de donde sean y los
iguala fumen negro o fumen rubio fumen pipa o puros habanos y la comunión nace
con la solicitud de fuego o el ofrecimiento de tabaco del que inicia el ritual.
Amalfitano nos relató a
Padilla y mí una de las muchas anécdotas que el tabaco y el fuego aportan.
Un Coronel mexicano de la
Revolución cayó en desgracia por su mala estrella y se vió ante el pelotón de
fusilamiento. El Jefe de los ejecutores tuvo a bien ofrecerle un último deseo y
el Coronel aceptó esa tradición latina que no de otras zonas geográficas basada
y solcitó un último cigarrillo.
El Coronel extrajo de su
petaca uno de sus puros favoritos y le prendió fuego. Cuando finalizó el puro
toda la ceniza seguía sujeta al cigarro sin desprenderse en ninguna de sus
partes.
Amalfitano reflexionó con
Padilla y conmigo si eso exigía la lectura de que en ningún momento le tembló
el pulso frente a su inmediata ejecución o que el tabaco tuvo efecto balsámico
en el reo o que el Coronel decidió comulgar en sus últimos momentos con las
volutas de su tabaco.
Pensé sin decirles nada ni a
Padilla ni a Amalfitano que tal vez el fuego de su tabaco le purificó antes de
emprender el último viaje y proseguí con mi lectura entorpecida por mis
pensamientos con el fuego.